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Alberto Recarte

Política exterior ¿de España?

Introducción. No es un mal ejercicio analizar dónde y quiénes se han alegrado de la victoria del PSOE en las elecciones. En Europa, la Francia de Chirac y la Alemania de Schroeder. En América, Castro; en Palestina, Arafat. En África, Marruecos. En España, los nacionalistas del PNV, CiU y Esquerra.
 
Zapatero ha declarado que nuestra política exterior se traducirá en una mayor colaboración con Francia y Alemania. Todavía no ha hablado –que yo sepa– de Palestina ni de Cuba. Sobre Estados Unidos, ha insultado a Bush y reiterado que sacará las tropas de Irak, a menos que la ONU tome el mando y, eso sí, ha dicho que quiere aumentar nuestra presencia militar en Afganistán –una “aventura” a la que también se opuso el PSOE en su momento–, aunque afirma que quiere tener las mejores relaciones posibles con Estados Unidos. Y mantener relaciones cordiales con Marruecos, que incluye, me imagino, en la política mediterránea. Y, naturalmente, estrechar las relaciones con Iberoamérica.
 
Francia. ¿Qué podemos aprender de Francia? ¿Qué podemos ganar con una alianza más estrecha con Francia?  Desde el punto de vista económico, Francia es un desastre.  Este será su cuarto año de déficit descontrolado, lo que se traduce en una deuda pública cada vez mayor. Incapaz de crear empleo. Incapaz de reformar nada. Francia es la parálisis, la rigidez, la falta de horizontes. El panorama político no es mejor. Una extrema derecha fuerte, una extrema izquierda igualmente significativa. Una población musulmana que no se integra en la sociedad francesa. Una derecha timorata y una izquierda que no se ha recuperado de la corrupción que supuso el reinado de Miterrand y en la que también participó Chirac.
 
¿Cuál es su proyecto para Europa?  Aumentar su poder de decisión, junto con Alemania, Reino Unido e Italia a costa de los países de población intermedia, España y Polonia. Nada más. Ni proyecto de futuro, ni una política de reformas.  El poder por el poder.  En lo que respecta a España, la única política era controlar a Aznar, seguir colaborando, pero sin entusiasmo –como siempre– en la lucha antiterrorista y evitar que la política económica española de privatizaciones, equilibrio presupuestario y creación de empleo se pudiera utilizar como ejemplo. Por otra parte, Francia es el primer inversor extranjero en España, a gran distancia de los demás. Y los empresarios franceses pueden atestiguar que sus inversiones en España han crecido y han tenido un espectacular éxito, a pesar de las malas relaciones políticas. Y nuevamente aquí han jugado con ventaja los políticos franceses, pues España, a pesar de ese comportamiento desleal de los políticos franceses, nunca ha desanimado a las empresas francesas, que han sido bienvenidas en cualquier sector económico.
 
Desde 1977, Francia nos ha fallado como aliada en los momentos clave. En la lucha contra el terrorismo, durante muchísimos años, hasta que nuestra fortaleza democrática les convenció de que no podían seguir ignorando nuestra presión y hasta que ellos mismos se encontraron con el terrorismo nacionalista, bretón y corso. En las negociaciones para entrar en el mercado común, que dilataron hasta 1986 y que hicimos en condiciones durísimas, peores que las que el propio mercado común había concedido a la España de Franco, en el acuerdo preferencial de 1970. Nos han fallado en todo lo que significa una mayor integración económica con el resto de Europa: han puesto, y siguen poniendo, todo tipo de obstáculos, a las conexiones ferroviarias, las de carreteras y las eléctricas, con las cuales, de tenerlas –como ha sido aspiración de todos los gobiernos democráticos españoles– seríamos más competitivos, pudiendo exportar e importar más y tener un cierto pulmón de seguridad en caso de demandas inesperadas de consumo eléctrico, por ejemplo. Y nos han fallado en los conflictos con Marruecos, una frontera para nosotros siempre delicada, por los deseos de la monarquía alauita de ocupar nuestras ciudades y territorios en África.
 
Para la Francia de Chirac, la mejor España es la que se parece a la paralizada Francia, la mejor España es la que acepta el incumplimiento de los tratados de Maastricht, Ámsterdam y Niza. La mejor España, para Chirac, es, sin duda, la del antiamericanismo.
 
Marruecos. En lo que respecta a Marruecos, Francia ha intentado frenar nuestra penetración comercial y económica en ese país. Los empresarios españoles con conocimiento de la zona pueden dar fe de los obstáculos que Francia ha puesto a todo lo que significara inversión española. Por otra parte, Marruecos ha tenido, tiene y tendrá, una difícil relación política con España. Primero fue Ifni, después el Sahara, hace poco Perejil y siempre Ceuta y Melilla. En cuanto la tensión política interna se incrementa, la monarquía alauita –que sorprendentemente tiene estrechas relaciones con la española– busca el conflicto con España.
 
Hasta Perejil, Marruecos siempre había contado con el apoyo de Estados Unidos. El atentado de Madrid, que se traduce en el triunfo para el PSOE, significa para la monarquía alauita, sus nacionalistas radicales y sus islamistas terroristas un enorme éxito pues consigue la ruptura de España con Estados Unidos. Marruecos sabe que siempre contará con el apoyo de Francia. Y Francia, ese aliado alucinante en quien confía Zapatero, defenderá, como siempre, sus intereses coloniales y mirará para otro lado cuando el problema de Perejil, o el de Ceuta y Melilla, se vuelva a plantear con toda crudeza. Por lo que sabemos, los asesinos de Madrid son marroquíes; lo que hace falta saber ahora es quién los ha manejado, si Al-Qaeda, un grupo islamista autónomo marroquí o incluso si ha contado con la participación de algún servicio de inteligencia de algún país interesado en la ruptura de España con Estados Unidos. Y aquí todo está abierto.
 
Alemania. La Alemania de Schroeder no es mucho mejor como ejemplo. El mismo fracaso económico que Francia. Aunque por una serie de razones más evidentes que en el caso francés, pues la absorción de la Alemania comunista sigue consumiendo todos los recursos presupuestarios. Pero con signos positivos, como las pequeñas reformas que ha tenido que introducir Schroeder y con una alternativa política en la CDU, que tiene ahora mucho más claras las ideas reformistas. En política exterior, el actual gobierno socialdemócrata está intentando acercarse a Estados Unidos. Incluso su posición en Irak está separándose lentamente de la francesa. Para Europa, Alemania comparte con Francia el deseo de controlar a los países pequeños y medianos. Pero, al menos, tiene un proyecto, volver la Unión Europea hacia el este, dedicando los recursos presupuestarios a los países ex-comunistas y reduciendo los dedicados a países como España, Portugal, Grecia e Italia. Es posible que las próximas elecciones las gane la CDU, que volverá a ser un aliado incondicional de Estados Unidos, mientras nosotros seremos su mayor enemigo, junto con Francia. La CDU ha analizado positivamente la evolución política y económica española en los años del PP, que ha inspirado, junto con otros ejemplos, su deseo de reformas.
 
La Unión Europea. España ha tenido un difícil papel en la Unión Europea durante estos años. Por una parte, hemos seguido recibiendo fondos europeos, aunque el saldo neto de transferencias comunitarias a España sólo significa este año el 0,8% del PIB, una cifra importante en sí misma, pero insignificante para el volumen de nuestra economía. A España le ha tocado el papel de defensor de la legalidad comunitaria en materia económica, una posición reforzada por nuestro éxito en la creación de empleo y la reducción del gasto público, hasta el 40% del PIB. España ha jugado un papel enormemente positivo para Europa, incluidas Francia y Alemania. La defensa de la legalidad internacional y la esperanza, para todos, de que es posible crear empleo y mejorar el bienestar general, empezando por los menos favorecidos. Desde el punto de vista económico, España ha impulsado el crecimiento europeo, como comprador de todo tipo de bienes y servicios producidos en la región.
 
El giro hacia la vieja Europa. ¿Qué puede ganar España realineando su posición política en Europa, haciéndose más dependiente de Francia y Alemania? Me atrevo a decir que nada. Máxime en un momento en el que la inercia de crecimiento español –que puede hacer descarrilar, como siempre, cualquier gobierno, pero con más seguridad si es uno socialista– culminará en pocos años, 4 ó 5, en la conversión de nuestra nación, de receptora de fondos europeos a donante para los países menos desarrollados, lo que debe ser causa de orgullo para todos. Pero eso nos debería dar un mayor peso político, que no tendremos porque el gobierno socialista habrá aceptado la renuncia a Niza.
 
El nuevo europeismo de los socialistas españoles se manifiesta según las declaraciones del próximo ministro de Exteriores en la renuncia unilateral a los acuerdos de Niza –por más que estén ratificados por los parlamentos o los referenda de todos los países miembros de la Unión Europea–, y la aceptación de la Constitución europea propuesta por Giscard. Ello se traduce en despedirnos de todo lo que signifique una legislación europea favorable a nuestros intereses; en cualquier ámbito, ya sean infraestructuras, transporte, agricultura o pesca, por poner sólo algunos ejemplos. 
 
Estados Unidos y sus aliados. Una cierta política de distanciamiento de los EE UU podría explicarse por el antiamericanismo de Zapatero y el antimilitarismo de los dirigentes socialistas y de muchos votantes de la izquierda. Estos no quieren participar en ninguna guerra porque confían –o quizá simplemente no piensan– en que alguien siempre resolverá los problemas, como ocurrió durante la I y la II guerras mundiales y durante la guerra fría, un larguísimo periodo en el que Estados Unidos ha asegurado la paz y prosperidad de todos los europeos, y también la de los españoles. Incluso una política en esa dirección podría haber sido diseñada con inteligencia para evitar dañar los muchos intereses, políticos y económicos, que nos ligan a personas, empresas y al propio país, la única superpotencia que queda.
 
El planteamiento de Zapatero y de Moratinos es brutal: todo se reduce a romper con Estados Unidos y estrechar nuestras relaciones con los que, por uno u otro motivo, están enfrentados a ellos. En Europa, Francia y Alemania. En América, Argentina y, me temo, Venezuela, Chile y Cuba. En Oriente Medio, la amistad con Arafat –el cual, además de robar los fondos transferidos por la Unión Europea, ha creado uno de los grupos terroristas suicidas que han hecho imposible la paz que ofreció el anterior gobierno israelí del socialista Barak– supone también el enfrentamiento con Israel, la única democracia de la zona y, por supuesto, con el futuro Irak, donde el 85% de la población manifiesta que no quiere que las tropas de la coalición se vayan, hasta haber encarrilado el proceso de instalación de un régimen lo más democrático posible.
 
Según Zapatero, su gobierno hará una política exterior europeísta, lo cual, además de lo ya examinado, significará distanciarse de Gran Bretaña –gobernada por “el tonto de Blair”, según el próximo ministro de Defensa– y de las nuevas democracias del este de Europa. Y romperemos con nuestros aliados en Irak, que considerarán una traición nuestra retirada, y estamos hablando de más de 35 países con tropas y un total de 60 que participan en la ocupación y reconstrucción del país.
 
Iberoamérica. Falta por definir qué significa  una política exterior “iberoamericana”.  En la región se está formando un eje, con Cuba, Venezuela, Brasil y Argentina como principales actores, el cual, con matices, porque hasta ahora el presidente brasileño ha sido prudente, se definen por su antiamericanismo, su falta de respeto a la democracia –Brasil nuevamente es la excepción– y el resentimiento contra los inversores extranjeros, que, en muchos casos, son empresas españolas. Los sentimientos antiespañoles se extienden a Perú, Chile y Bolivia, entre otros países. La política del PP no ha sido muy afortunada en relación con estos países, excepto en el caso de Cuba, donde, finalmente, tras años de vacilaciones, encabezamos una posición crítica frente al castrismo en la que nos han seguido desde Suecia a la propia Francia. El caso de Argentina es un buen ejemplo de la mala política del gobierno del PP, pues, empujado por el deseo de proteger a las empresas españolas que habían invertido en ese país, ha propiciado una política de complacencia por parte del FMI que puede resultar fatal para nuestros intereses, ya que, si el ejemplo se extiende a Brasil –donde los extremistas de izquierda pueden terminar, en algún momento, por imponerse dentro del gobierno de Inacio da Silva, recuérdese su política procastrista–, las consecuencias para muchas empresas españolas pueden ser muy graves.
 
Los cambios, por tanto, en esta región, serán menos significativos. Lo único que harán es alentar el antiamericanismo, a cambio, para nosotros, de nada. Excepto la vergüenza que significaría volver a estrechar las relaciones con el tirano Castro, uno de los dictadores más crueles que ha sufrido Iberoamérica: el que más personas ha expulsado de su país, el que más miseria ha producido, el que más ha hecho retroceder, económica y socialmente, a su país, uno de los que más ha matado y torturado –en este renglón es difícil ser el primero– y, ciertamente, el que más guerras y golpes ha propiciado, tanto en la propia Iberoamérica como en África.
 
Conclusión. La conclusión es que la nueva política exterior socialista que se está perfilando tiene como ejes el antiamericanismo, la dependencia de Francia, nuestra desaparición de los órganos de decisión europeos, el apoyo a lo que significa Arafat en Oriente Medio, la comprensión hacia el populismo y la demagogia izquierdista iberoamericana y una situación imposible con Marruecos, que puede derivar en conflicto armado o en la ruptura del orden constitucional, si no se defiende nuestra integridad territorial. Y, hoy por hoy, la OTAN no nos ayudaría, Francia apoyaría a Marruecos y Estados Unidos recuperaría su tradicional alianza con este país. Estaríamos solos.
 

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