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Amando de Miguel

Barbarismos y barbaridades

A los hablantes de una lengua los extranjeros siempre les han parecido “bárbaros”, esto es, los que hablan bar-bar o chau-chau. Pero los idiomas se fecundan entre ellos. Hay que rechazar los barbarismos inútiles, pero sin menospreciar la fecundación que digo.
 
Cristóbal Delgado sostiene que lo de spónsor (el patrocinador de una actividad) “suena un poco a imbecilidad”. Hombre, no. Se trata de una palabra latina que significa “fiador”, por ejemplo, en un contrato de esponsales. Así que bien podríamos aceptarla en castellano, pues el latín es nuestra madre nutricia (alma máter). En ese caso lo correcto sería escribir espónsor, pues la ese líquida no está hecha para el aparato fonético español. Claro que, si tenemos ya “patrocinador” (que también viene del latín), ¿para qué complicarnos la vida?
 
Dice también don Cristóbal que a él le parece mejor escribir y pronunciar “élite” que “elite”. Es palabra francesa admitida universalmente, pero en francés o inglés se pronuncia más bien como “elit”, nunca como “élite”. Usted mismo.
 
Don Cristóbal me corrige con buen tino mi afirmación de que “mejorando lo presente” es un madrileñismo. Él la ha oído en Málaga. No lo dudo. Lo del madrileñismo fue un error mío. Cierto es que los madrileños son así de rebuscados, pero no son los únicos. Se trata de que el interlocutor no se ofenda cuando se elogia o se critica a un tercero. Los madrileños dicen también con el mismo tono: “perdón por el comparando” o también “perdón por la comparanza”. Puede que también sean expresiones malagueñas. Nunca he entendido por qué a los españoles les molesta tanto que se hagan comparaciones. Una cosa óptima, para un español, es “incomparable” o “no tiene comparación”. Eso lo dicen quienes están siempre comparando con la fórmula de “es más… que…”. La emplea con gracia Matías Antolín en la COPE.
 
Un oyente de la COPE, Ignacio (sin mayor identificación de apellido) se queja de que en los medios utilicemos mucho lo de “evento” para lo contrario de lo que indica. En efecto, “evento” es un acontecimiento imprevisto, pero ahora se emplea para un acto perfectamente programado. Tanto es así que, por influencia del inglés, se impone el segundo sentido. Esa inversión de significados ha ocurrido ya con otras palabras. Por ejemplo, álgido (antes era frío; ahora, cálido o intenso) o cómplice (antes era cooperador en un delito; ahora, amiguísimo, enamoradísimo). Por eso se podría decir: “El punto álgido de la relación del Príncipe Felipe con la periodista Letizia es el evento de su boda, donde ambos habrán llegado al ápice de la complicidad”. En buen castellano, ese enunciado es una perfecta tontería.
 
Los barbarismos invaden también la prosa sociológica. Ramón Freire Martín, de El Rompido (Huelva), me transcribe una frase compuesta con las palabras que se reiteran en un texto de Sociología de José Félix Tezanos. El texto lo ha tenido que dar como alumno. Reza así: “Se autonomizó pese a la internalización arquetipizada, no como una mera rigidificación, ni tampoco como una dimensionalización autocatalítica, sino como consecuencia de su propia complejicación”. Hago gracia del comentario.
 

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