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Jorge Vilches

Ni cien días, ni cien horas

La retirada de Irak de las tropas españolas no es una promesa cumplida, sino una precipitación impolítica que no nos va a quitar de encima al terrorismo islámico, pues éste va a tener la percepción de que basta un acto de fuerza para que el Gobierno Zapatero reaccione a su favor. Tampoco es fruto del diálogo, al menos con los partidos españoles, ya que, parece ser, miembros del CNI próximos al PSOE negociaron con el líder chií Moqtada al Sadr la salida pacífica de nuestro ejército. El Congreso de los Diputados no se ha convertido, en esta cuestión, en el centro de la vida política, ni se ha pedido su apoyo, pues la decisión se tomó, según Fernández de la Vega, días después de la victoria electoral del 14-M.
 
Zapatero no respondió en la sesión de investidura a la pregunta, sencilla y comprensible, de cuándo iba a ordenar el regreso de las tropas, quizá, por un sentido de Estado. A pesar de lo cual, no dudó en contestar a Llamazares lo mismo que había dicho durante la campaña electoral: si la gestión política y militar de la ocupación de Irak no quedaba en manos de la ONU antes del 30 de junio, mandaría que volvieran los soldados españoles. Ahora bien, dejando a un lado el que no ha esperado a tal fecha, el silencio no puede ser calificado de “silencio de Estado” porque la decisión estaba tomada mucho antes de que los ministros tomaran posesión de sus cargos, de que Bono hablará con Rumsfeld o de que Moratinos viajara a EE.UU., y, por tanto, de que tuvieran pleno conocimiento de la alianza y situación españolas.
 
Lo peor de todo, sin duda, es el nuevo papel que España va a jugar en el concierto mundial a partir de esta decisión. Zapatero ha ordenado la retirada y, para sorpresa de los que esperan un mínimo de coherencia en un presidente, dice que España será fiel a sus aliados, cumplirá sus compromisos internacionales y luchará contra el terrorismo internacional. ¿Cabe mayor contradicción? El mundo se cae a pedazos –sí, otra vez- y nuestro país da la espalda a la mayor potencia económica y militar. No se trata del número de soldados que deja el frente, sino el símbolo para Occidente de un país que abandona a sus aliados en plena batalla, y el balón de oxígeno que supone para los enemigos y el terrorismo islámico.
 
Se ha dejado perder la oportunidad para, desde dentro, como miembro del Consejo de Seguridad de la ONU y de la coalición en Irak, tratar de involucrar más a este organismo en la reconstrucción y democratización de ese país. Los “iraquís” –en expresión del ministro Moratinos- son dejados a su suerte, y se utiliza a los militares españoles destacados en Irak, despreciando su magnífica labor, haciéndoles volver, qué casualidad, en plena campaña para el Parlamento europeo. Seguro que cabe mayor despropósito, pero no se me ocurre.
 
Un vistazo a la prensa norteamericana deshace de un plumazo la buena imagen que España tenía en ese país, y convierte en baladí la pretensión de que un cambio de Gobierno en Estados Unidos, esto es, Kerry en la Casa Blanca, devolverá las buenas relaciones atlánticas. Solamente pueden animar tal aserto un deseo de manipulación –ya empezamos a saber más cosas sobre el 11-M- o el desconomicimiento completo de la vida política e historia norteamericanas, de los mecanismos de formación de la opinión pública en aquel país, y de las ideas, intenciones y principios expresados por el líder demócrata. La idea, simple y llana, que quedará en los estadounidenses es que España votó por miedo tras los atentados del 11-M, y que les abandona en el momento más difícil de la guerra. ¿Cómo pensar, entonces, que nuestro país siga estando en la primera fila de los aliados de EE.UU. aunque ya no esté la Administración Bush?
 
No se puede, por tanto, dar ni cien días, ni cien horas de tregua política a este Gobierno. No se trata de imponer la “cultura del arrendatario”, o de un plan de ferrocarriles, o de desalinizadoras para sustituir el trasvase, o de selecciones deportivas autonómicas. Ojalá. Sino del crédito internacional de España, de su papel y peso. La política exterior no puede ser el producto de un pronto electoral; incluso González se dio cuenta de ello.

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