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Ministerio toledano

En el plano doméstico, el nuevo ministro de defensa, José Bono, parece saber rodearse muy bien de los peones que necesita, no sólo para gestionar su cartera, sino para contar con un poder real dentro del Gobierno y, quién sabe, frente a su presidente. No sólo ha nombrado a colaboradores para los altos cargos del órgano Central de la Defensa, sino que al frente de la cadena de mando de las Fuerzas Armadas ha puesto a un viejo conocido suyo, el Gral Alejandre Sintes, antiguo director dela Academia de Toledo con quien compartió los momentos agradables de las celebraciones protocolarias mutuas.
 
Ahora bien, lo más notorio, en todo caso, es la designación al frente del CNI, no tan antiguo CESID, de Alberto Sáiz Cortés, sombra inseparable de Bono en Castilla-La Mancha. No es que su nombramiento no se haya hecho por consenso con la Oposición, como ingenuamente negoció el PP el relevo de Calderón por Dezcállar, sino que colocando al frente de la maquinaria de obtener información a un hombre exclusivamente suyo, el CNI, por mucho que sólo dependa del Ministro de Defensa orgánicamente y que su cliente prioritario sea el presidente, será un instrumento más en las manos de Bono. Si se utiliza honestamente, no es ningún problema vital, pero si el CNI da un paso atrás a la peor etapa del CESID, veremos.
 
Donde no parece controlar tan bien la situación es en su agenda externa. Según cuentan en Washington, Rumsfeld, al final de la entrevista secreta que mantuvieron ambos a comienzos de abril, le dijo algo así como “con usted me parece que voy a entenderme bien”. Y todo porque Bono le habría contado que el PSOE tenía un problema de inmadurez, que habría prometido la retirada de Irak pero que él era su hombre y que arreglaría una fórmula para garantizar la continuidad de las tropas españolas. Dicen ahora, que tras el súbito anuncio del domingo 18, sin aviso alguno previo a Washington, Rumsfeld está que trina porque no hay nada peor para él que sentir que le han engañado. Para eso está ya Powell y sus europeos, en su opinión.
 
De ser esto verdad, y tanto el desencuentro telefónico de Bush y Zapatero como el desacuerdo entre Moratinos y Condoleezza Rice le otorgan credibilidad, hay que preguntarse si el nuevo ministro de defensa español trató de engañar deliberadamente a Rumsfeld o, si por el contrario, creía estar en capacidad de ganar tiempo y hacer que las tropas se quedaran. Lo más sorprendente, en cualquier caso, es la prisa con la que Zapatero anunció su decisión de huir de Irak sin esperar a cumplir las condiciones que él mismo se había marcado dos días antes en el debate sobre su investidura.
 
Rumores hay para todos los gustos: que si los militares se habrían quejado de que jugaran con sus vidas, que si se temía un acuerdo de las Naciones Unidas que obligara a quedarse, etcétera. Pero ninguno justifica que Zapatero se lanzara a las cámaras pocas horas tras su jura y dijera que nos íbamos. ¿Por qué no esperó a celebrar su primer Consejo de Ministros unas horas después? Saber qué le movió debería ser un núcleo importante del próximo debate parlamentario. No sólo estamos hablando de una decisión errónea y costosa para España por su contenido, sino aún más costosa por la forma de realizarla. Enfadar a los americanos gratuitamente puede que les de a algunos mucha satisfacción, pero después vendrán las lágrimas. Si no, que se lo digan a Bono cuando vuelva a encontrarse en Rumsfeld. Si es que le concede una nueva oportunidad para ello.
 
 
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