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Vicenç Navarro, catedrático de Economía, sostiene que es bueno aumentar el gasto público, porque bajar los impuestos es algo que sólo interesa al 35 % de la población, mientras que el otro 65 % quiere más gasto “social”.
 
Despejemos esto sin rebatir de entrada las cifras, sin plantear contraejemplos y sin recurrir a principios liberales como la moral, la responsabilidad, la libertad, la igualdad, la propiedad privada y demás antiguallas. Sigamos a don Vicenç. Uno puede abrazar la lógica utilitarista-socialista, pero lo que no puede hacer es abandonarla en la mitad del recorrido. Veamos qué se deduce del razonamiento redistribuidor a partir de que algunos pueden ser obligados a pagar más de lo que reciben, de modo que otros puedan recibir más de lo que pagan, porque eso y no otra cosa debe ser el gasto llamado social para que tenga algún sentido.
 
Hemos dicho que no ponemos en duda sus porcentajes, pero la redistribución que ansía el propio profesor Navarro necesariamente los iría cambiando, puesto que más gasto, o sea: más impuestos, desplazaría a personas del grupo de los pagadores al de los cobradores. El final igualitario estable, donde todo el gasto es “social”, requiere una organización colectiva muy específica, como una tribu, una cárcel, el comunismo o una plantación de esclavos.
 
Aunque no juzgaremos nosotros si tales escenarios son buenos o malos, porque no estamos razonando como liberales sino como el profesor Navarro, cabe concebir que posiblemente a él no le satisfagan. Deberá en tal caso admitir que, al revés de lo que parece sugerir, quizá haya un límite tras el cual el carácter incuestionablemente benéfico del gasto social deviene dudoso.
 
Tras haberle arrebatado, pues, un eventual titubeo redistribuidor, vamos al siguiente punto. La dinámica del gasto social verosímil en una democracia no estriba crucialmente en aumentarlo conforme a los deseos de los ciudadanos, sino en aumentarlo de tal forma que la mayor legitimidad política que cosecha el gasto compense la menor legitimidad que ocasiona la fiscalidad. Esto no parece descansar fundamentalmente en maximizar las metas de la felicidad social, sino los objetivos del poder político. Pero si esto es así ¿por qué nos habla el profesor Navarro de lo que la gente quiere?
 

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