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Izquierdas y nacionalistas se siguen comportando como si el PP aún gobernara, al punto que Rajoy tuvo que recordar en el parlamento que no había ido a debatir con Llamazares sino con el presidente. Aznar unió tanto a los grupos de oposición que todavía se creen que están juntos... y que son oposición.
 
Tienen los librillos contra Aznar, ese molino de viento. Rajoy no les pone tanto, y los reproches retrospectivos y vicarios no son lo mismo. Mucho se ha de vender aún La Aznaridad y otros escupitajos, pero los días de vino y rosas se han acabado casi antes de empezar. Alonso le carga el 11-M a la derecha y Zapatero mete al ejército español en el calendario electoral anti PP; son las últimas burbujas del brindis frentepopulista. A los socialistas beneficiarán estas felonías. O no, como diría aquél. Pero sepan sus amigos centrífugos que, a la hora de la verdad, a la hora de consumar, no obtendrán del gobierno más que excusas y aplazamientos. Carod, el más astuto, ya teme el gatillazo zapateril.
 
¡La que armaron con un nuevo sistema de financiación! Pues de lo dicho, nada: ya hablaremos sin prisas en la segunda parte de la legislatura. Sólo que esta legislatura no tendrá segunda parte. El PSOE prometió el oro y el moro (sobre todo el moro) a los enemigos periféricos del PP para calentar el ambiente y dejar a Rajoy con mayoría simple. Ganar les ha puesto en la tesitura de mantener el discurso en lo general para incumplirlo en lo particular. A estas alturas, hasta el proyecto de nuevo estatuto del PSC, el menos montaraz, suena increíble. La reforma constitucional (que no harán) no se plantea tocar el poder judicial ni descentralizar la representación exterior.
 
Cuentan los aliados de Zapatero con unos meses para llamar a Bono casposo y falangista. Un desahogo. Y el PSOE con otros tantos para seguir tirando de “No a la guerra” y agitar al espantajo de la derecha, para dialogar y crear observatorios, usar a fondo a los gays y sonreír. Hasta que los nacionalistas internos y externos se cansen y empiecen a exigir al gobierno lo que este no piensa darles si quiere ganar las siguientes generales por mayoría absoluta. Entonces será el momento de disolver.
 
Este va a ser el gobierno de los alegres aplazamientos, de la felicidad diferida. Todo lo relevante en política interna será pospuesto. Si los socialistas saben lo que hacen, acabamos de empezar una de las legislaturas más cortas de la democracia. El nuevo poder crece a ojos vista en influencia y los intereses mejor defendidos (la banca, mayormente) corren a fundirse con él. No lo van a echar todo por la borda para que Maragall continúe jugando a Matrix y a la desconstrucción.
 
Las cosas han cambiado en un sentido que nadie imaginaba; el president ya no está en condiciones de echarle un pulso a la Moncloa, donde Montilla, el hombre fuerte, es un subordinado. El poder es el poder y tiene su propia lógica. Raro será si acaba el año sin que Artur Mas reciba la ansiada llamada Carod.

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