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Javier Gómez de Liaño

Los insultos del señor académico

Esta tarde, al leer Libertad Digital, he asistido con asombro y dolor a las dentelladas que, en una entrevista concedida al diario argentino La Nación, Juan Luis Cebrián lanza contra José María Aznar. Después de reconocer que siempre ha hablado mal de él, dice que Aznar es un hombre “muy mediocre, con oportunismo de bandolero y principios morales de muy poca calidad (...)”. Y añade: “es un fascista sociológico puro”.
 
¿Por qué es tan violento Juan Luis Cebrián, el académico de la lengua que tanto gusta a quienes tan poco saben de literatura? ¿Por qué él, precisamente, que casi todo lo que es se lo debe al franquismo, anda siempre llamando fascistas a sus enemigos? ¿A qué viene tanta afición por la injuria?
 
Quien ha estudiado a fondo el fenómeno del insulto, sabe que uno de los virus que malhiere la convivencia es el vicio de poner a parir al prójimo. Hay personas para quienes hablar y ofender es lo mismo y que las palabras les salen por la boca para el desahogo, sin haber pasado el control de la inteligencia. Para mí que el académico señor Cebrián padece de problemas de salud, en concreto, de inflamación de la vesícula biliar, pues hablar como ha hablado da que pensar que lo ha hecho empujado por una pasión que le suelta la lengua.
 
Horacio odiaba la injuria por lo que tenía de nauseabunda y, veinte siglos después, Jacinto Benavente dijo de ella que era la venganza de los cobardes. A mí, cada vez que me topo con un vituperio como los del señor Cebrián –los he recibido de él a voleo y hasta con garras depredadoras, pues jamás perdonó que fuera citado para declarar en una silla desvencijada donde se sientan todos los mortales–, además de producirme tristeza, se me ocurre si, en su caso, la injuria no es hija del rencor, nieta de la insidia y prima hermana de la necedad; total, una familia de tarados.
 
Se entrevista para conocer al personaje o para aprender de la persona entrevistada. Sin embargo, hay entrevistas que dan ganas de olvidar aquello de que con la conversación se forma el espíritu y el sentimiento. Mucho me temo que doña Silvia Pisan, la corresponsal en España de La Nación y autora de la entrevista al académico de la lengua Juan Luis Cebrián, poco o casi nada habrá aprendido del entrevistado. Ni siquiera a insultar.
 
 

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