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Pablo Molina

La yihad en internet

Un grupo de radicales islámicos se manifiestan en público con cánticos tales como “bomb London, bomb New York”, o el más explícito “we are terrorists”, mientras agitan grandes fotografías con la imagen de las torres gemelas ardiendo con la leyenda “Recordad el 11 de septiembre”. ¿Las calles de Gaza?, ¿Teherán?, ¿Faluya? Nada de eso. La escena, absolutamente real, se desarrolló el pasado 4 de mayo a las puertas del número 10 de Downing Street, tras hacerse públicas las imágenes de las vejaciones cometidas contra prisioneros iraquíes en una cárcel de Irak. Y éste es sólo uno de los miles de ejemplos que se pueden encontrar en webs creadas como observatorios de la Jihad en tierras occidentales, uno de cuyos principales exponentes es jihadwatch.
 
Miren los carteles que llevan los manifestantes. Son de Al-Muhajiroun, el más notorio grupo radical musulmán pro-Osama en Gran Bretaña, que ha estado pidiendo “bomb London, bomb New York” mucho antes de que esos prisioneros fueran vejados, y mucho antes incluso de que hubiera cualquier clase de tropa norteamericana en Irak. Su “recordad el 11 de septiembre” no es una conmemoración; es una amenaza. Se puede leer acerca de ellos en varias publicaciones, en las que podemos encontrar, entre otras cosas, el discurso del líder del grupo Omar Bakri, en el que afirma que están trabajando para el día en el que la bandera negra del Islam —la bandera de la Jihad— ondee en el número 10 de Downing Street. Los prisioneros iraquíes sólo son el último pretexto”.
 
También la BBC, que en algunos ámbitos de intenet es conocida como Baathist Broadcast Corporation quizá con cierta exageración, ilustra a su audiencia de vez en cuando con elevados ejemplos de la forma en la que el Islam, una religión de paz, influye en la cosmovisión de sus seguidores más ortodoxos. Hassan Butt quiere ser un mártir. Este creyente musulmán, que declaró públicamente su apoyo a los terroristas de Madrid y afirmó que quería ser un mártir, está siendo investigado por la policía. Hassan Butt, de 24 años y procedente de Manchester, apareció en un programa de TV afirmando que los musulmanes británicos están preparándose para tomar las armas, a pesar de los esfuerzos de la policía y las fuerzas de seguridad.
 
Pues bien, para regocijo de los fieles seguidores del Profeta, en la mayoría de los casos encuentran como única oposición ejemplos de sumisión vergonzante, que en ocasiones rayan en la estupidez. Como el caso de los dirigentes de la Iglesia de Noruega, que están intentando convertir en mezquitas algunos templos hoy en desuso. En concreto, el sacerdote Einar Gelius sugiere que la venerable iglesia de Gronland, en el centro de Oslo debería convertirse en una mezquita. El asunto es tan pintoresco, que hasta el líder del Partido Progresista, Carl I. Hagen, afirmó el miércoles pasado que convertir templos ruinosos en mezquitas no sería nada adecuado. Por otra parte, al otro lado del atlántico Susan L. Douglass, una musulmana norteamericana encargada de supervisar los libros de texto con los que, con toda libertad, se da a conocer el Islam entre los millones de escolares norteamericanos, incluye entre su material didáctico ejemplos de tolerancia religiosa como el que sigue: “Uno de los signos del Día del Juicio Final será cuando los musulmanes ataquen y maten judíos, quienes se esconderán detrás de los árboles los cuales gritarán: Oh musulmán, oh sirviente de Dios, hay un judío escondido detrás de mí. Ven aquí y mátalo”.
 
El 11 de septiembre fue el inicio de una guerra no declarada, querámoslo o no, en la que el fundamentalismo islámico designó manifiestamente a occidente como su “enemigo”. Los integristas musulmanes desprecian profundamente nuestro sistema de vida moderno, abierto, tolerante y laico y están dispuestos a aprovechar la debilidad de nuestra excesiva sensibilidad hedonista para forzarnos a aceptar, mediante la violencia y el terror, un “nuevo orden mundial” que permita someter a mil millones de personas al fanatismo totalitario de una fe impuesta como la única ley admisible. Si no somos capaces de entender algo tan elemental, y continuamos aferrándonos a nuestras “ansias infinitas de paz” a cualquier precio, como única arma para enfrentarnos a los enemigos de occidente, puede que cuando finalmente despertemos a la realidad, sea, por desgracia, demasiado tarde. De momento, Occidente pierde en la batalla de la propaganda: asesinar a un rehén italiano de un tiro en la nuca es, para los europeos progresistas, un acto de venganza reparadora; curiosamente, no respetar el estatuto de unos prisioneros de guerra —que por otro lado son combatientes irregulares—, resulta, para estos mismos bellos espíritus, un pecado político irreparable. ¿Qué pensarán entonces, preocupados ellos por los atropellos de las reglas de la guerra, de que la yihad haya puesto precio a la vida de unos cuantos norteamericanos destinados en Irak?
 

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