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Impresionaba ver a Jesús Gil en persona. Era enorme, de manos enormes y enormes pies. Era grande, muy grande, hasta el punto de que una vez coincidió con un amigo mío en el ascensor de la "Cadena Rato" y éste, madridista confeso, exclamó: "¡qué grande es Gil!". Y siempre saludaba a todo el mundo. Nada más salir de aquella entrevista a la que hacía referencia en el artículo de ayer y en la que me preguntó, muy serio, "chaval, ¿tú sabes lo que es el comunismo?", el fotógrafo que me acompañaba  creo recordar que era el peleón Pepe Caballero- le pidió que saliera a la calle, y los automovilistas improvisaron entonces una sinfonía de claxons en do mayor a la que él respondió con un "¡adiós amigo!", "¡hasta luego amigo!", "¡que te vaya bien, amigo!".
 
Pepito, que era muy profesional, no hacía más que decirle "por favor, presidente, estése usted quieto un momento". Pero Gil era un volcán en erupción. Jesús Gil era consciente desde hacía mucho tiempo que vivía lo que él llamaba la "prórroga de Dios". Y aunque ya no era el presidente del Atleti sino únicamente su máximo accionista, cuando le entrevistaba se me seguía escapando el "buenas tardes, presidente". Siempre le decía "¿qué toma usted por las mañanas presidente?"... Y es curioso que ahora que acaba de morir haya caído en la cuenta por fin de lo que tomaba Jesús Gil: enormes dósis de ganas de vivir, kilos y kilos de ilusión.
 
Ya no habrá, pues, más "Castresanas", ni tampoco más "Arteches", ni más "buitreros". El hombre que identificó al portugués Paulo Futre por sus sandalias y le fichó para convertirle en el indiscutible buque insignia del Atlético de Madrid acaba de fallecer en Madrid a los setenta y un años de edad. Al presidente más carismático del fútbol español de estos últimos quince años se le acabó el "partido de la vida". Seguiremos haciendo radio deportiva sin él, pero ya no será lo mismo. Y yo le echaré de menos. ¡Hasta siempre, Jesús!

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