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Jorge Vilches

El PP, solitario y prescindible

Rajoy se ha ofrecido a Zapatero, doblegando alguna resistencia interna, para acordar la reforma constitucional y estatutaria. Pero no es una iniciativa, sino una respuesta a la estrategia del PSOE de borrar de la faz de la Tierra política al PP. Subyace a este propósito ese pensamiento totalitario, típico de cierta izquierda, que consiste en atribuirse la paternidad y mantenimiento, en exclusiva, de la libertad y la democracia. Esto no es nuevo. La diferencia está en que ahora pretenden que el otro gran partido de la democracia española, el PP, tenga cerradas las puertas de la alternancia.
 
El discurso que sostienen Rubalcaba y los suyos se basa en insistir en la soledad del PP: solos en las instituciones españolas, aislados en Europa, y con la única amistad de George W. Bush, cuya legitimidad electoral, cualidades intelectuales y amor a la democracia quieren mostrar como dudosas. En esta línea, aparece un Aznar que gobernó sin contar con nadie, legisló sólo, en contra de la pluralidad, "de espaldas al pueblo". El PP se ha automarginado de la modernidad, dicen, del ritmo de su tiempo, separándose del sentir español y europeo.
 
Lo siguiente es mostrar al PP como un partido con el que no es posible llegar a un acuerdo en ninguna materia. Y todo en medio de alusiones constantes al "diálogo". Pero la entelequia del "diálogo" consiste en una cesión del dibujo de las políticas de Estado a pequeños grupos, minúsculos en el conjunto español, y microscópicos en el europeo. En aras al "diálogo", se consigue un consenso artificial con fuerzas que representan, de media, el 1% del electorado, marginando a un partido que consiguió el 40% de los votos, y que es el líder del Partido Popular Europeo. El objetivo es crear la impresión en la opinión pública de que el PP es un grupo con el que no se puede dialogar, que de ahí parte su soledad, y que, por tanto, es prescindible a la hora de acordar las políticas de Estado.
 
Los insultos de Alonso, el ministro del Interior, a Acebes, haciéndole responsable de los atentados del 11-M, parecían espontáneos, o el producto de un calentón. Los sucesos posteriores aventuran otra cosa. El PSOE está atado a pequeños partidos, como ERC, IU, PNV y los del Grupo Mixto, que le permiten la coartada del diálogo, pero que están fuera del Pacto Antiterrorista. Y se oyen voces, anteriores al 14-M, que piden la ampliación del Pacto a otras fuerzas, algo que siempre se ha frustrado por la negativa de estos grupos a aceptar la lógica del Estado de Derecho para enfrentarse al terrorismo etarra. El obstáculo a ese nuevo Pacto de la Era Zapatero es, sí, el PP. ¿Cómo romper el Pacto sin que parezca una rectificación de la política llevada a cabo estos años, ni una cesión a los separatistas?
 
Al discurso del PP solitario y prescindible se le une la idea de que el PP utiliza electoralmente el terrorismo. Así, pretenden retrasar la comisión de investigación, o desviarla a antes del atentado para que se convierta en un juicio a Aznar. Se insulta a Acebes responsabilizándole de la matanza del 11 de marzo. Y cuando Rajoy le pide a Alonso que rectifique antes de reunirse el Pacto, Blanco contesta que no amenace, y Rubalcaba asegura que con el terrorismo no se hace electoralismo –sí, lo dice él-. Tratan de forzar la ruptura del Pacto culpando al PP por esa intransigencia que marca su soledad. Esto permitiría eliminar a los populares del único acuerdo que mantienen con el PSOE y que les pone en primer plano de la gobernabilidad. Y los socialistas podrán firmar, ya libres del "obstáculo", un nuevo Pacto con ERC, IU, PNV y compañía.
 
Aquí no se acaba la marginación del PP. Zapatero anunció en el Senado que va a emprender la reforma estatutaria atendiendo al "máximo consenso posible". Pero para la reforma de los Estatutos, y el nuevo modelo de financiación autonómica, ese "consenso" se reduce a votar lo que decidan los socios nacionalistas del Gobierno, porque para su aprobación sólo es necesaria la mayoría absoluta. La situación del PP quedará, de esta manera, como la de un partido prácticamente marginal, o antisistema, si los nuevos proyectos de Estatuto llegan al Congreso sin que hayan participado en su elaboración. Esto forzará a los populares, como ya le ha pasado a Piqué, a sumarse a la fiebre reformista para no quedarse fuera de juego, aislado, y señalado como un partido "retrógrado".
 
A este aislamiento se suma la toma de los medios de comunicación, y no me refiero sólo al informe de la Generalitat sobre la prensa amiga y la que hay que "castigar", o al "Comité de sabios"… ligados a PRISA. Caffarel acaba con las tertulias políticas en RNE, lo que es una medida encubierta para, en septiembre, colocar a los comentaristas adictos. Y Fernández Ordóñez apunta la privatización parcial de TVE, como en Cataluña, donde TV3 ha llegado a un acuerdo con el Grupo PRISA para codirigir determinadas producciones. Quizá veamos a los de PRISA produciendo los informativos de TVE. ¿Qué quedará entonces del PP?
 
No bastó con hacer política retrospectiva desde el primer domingo de Gobierno, y echar por tierra la LOCE, el PHN, o despreciar lo conseguido en el Tratado de Niza tanto como el asesoramiento de Arias Cañete para, al menos, no hacer el ridículo en la negociación de las ayudas a la agricultura española. Es obligatorio que quede claro que las victorias del PP en 1996 y 2000 han sido un lapsus político en la historia española. Y que los populares, solitarios y prescindibles, han de volver a su justa medida, a los escaños de 1986. En esta situación, los sondeos del CIS para las elecciones del 13 de junio sitúan a Borrell 10 puntos por encima de Mayor Oreja, y dicen que un 20% de los votantes populares no recuerdan su voto, y que todos los ministros socialistas salen aprobados sin haber hecho nada de nada. ¿No es una señal?

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