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Amando de Miguel

Los otros catalanes

No siempre recibo correos foscos, dolientes, de los catalanes que desearían ver erradicada la lengua castellana de los dominios del catalán-valenciano-baleárico. Hay también otros catalanes que se suman con amabilidad a mi defensa de la lengua en que escribo porque a Cataluña le interesa mantenerla, al menos como idioma de comunicación. ¿No sería un buen ejemplo de la diversidad que ahora tanto se predica desde Barcelona?
 
Traigo a colación la misiva de Jorge Bonet-Godó, quien se define como “catalán de pura cepa”, pues todos sus antepasados lo han sido de Cataluña. Se considera catalanísimo y castellanoparlante. “Me llamo Jorge y no Jordi; hablo castellano; soy socio del Español; lector de Libertad Digital y oyente de la COPE. ¿Sabe que soy para ellos? [los catalanes nacionalistas] Un fascista… Pero difícilmente cambiaré; antes me marcho de aquí”. Añade con melancolía: “Por otro lado, soy votante del PP cada día menos convencido. El día que se fue Vidal-Quadras, desapareció la única persona que ha hecho algo por gente como yo, que somos muchos”. Para redondear sus tribulaciones: “En el resto de España me llaman el catalán de manera despectiva”. Ya es triste que se puedan dar testimonios como el que aduzco. ¿Es esa la famosa normalización lingüística? ¿Dónde está el espíritu de diálogo?
 
Otro caso lacerante es el de Carlos Calvo, sevillano, secretario judicial, que fue destinado a Ripoll (Gerona). Confiesa que su experiencia en esa ciudad ha sido “plenamente satisfactoria; ni personal ni socialmente me sentí extraño”. Claro que, cuando fue a matricular a su hija de tres añitos en un colegio, nadie le hizo caso para que se le respetara su lengua materna. “No solo no obtuve respuesta, sino que en al primera reunión de padres ─en su mayoría inmigrantes magrebíes y latinoamericanos─ toda la información se dio en catalán”. El hombre se queja de que muchos abogados y otros profesionales de su ambiente utilicen el castellano escrito con gran dificultad. Nadie parece preocupado por esa situación. Percibe “algo extraño en el ambiente, algo insano, una especie de vigilancia cultural colectiva o tratamiento raro hacia quien no habla el catalán, aunque lo entienda”. Esa actitud la interpreta como totalitaria, aunque la gente del común la considera “magnífica”. Ahora vive en Palma de Mallorca, donde “la convivencia de las lenguas es muchísimo más natural”. Vamos, que lo natural es lo extravagante.
 
José E. Fernández-Vidal, bilbaíno, ha vivido en Barcelona, Madrid y en Bruselas. Ha vuelto ahora a Barcelona y se ha encontrado con una realidad disgustante: “Las clases medias han asimilado el nacionalismo como la ideología única, la educación es monolingüe y monolenguaje, es decir, monotema. Mi conclusión: Soy más fácilmente español en Bruselas que en Barcelona. Ya no hay fronteras físicas sino ideológico-mediáticas. En Barcelona me siento extranjero”. ¿Dónde queda el “archivo de la cortesía” de Cervantes?
 
Nerón Pérez, andaluz residente en Cataluña, me indica el dato de un colegio de Badalona en el que han puesto una pancarta para dar la bienvenida a los alumnos. La pancarta va en cinco idiomas; ninguno es el español. ¿Tendrá alma quien ha puesto ese cartel? Si les parece, vamos a cerrar las respuestas a la cuestión de las lenguas en Cataluña. No es por nada, pero ese “monotema” se puede convertir en una tema, la de los locos. Esfuércense mis amigos catalanes en plantear otras muchas cuestiones que interesen a todos.
 
 
 

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