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Lucrecio

Sarín. Realidad y deseo

No hay evidencia fáctica, por muy pesada que sea, que pueda desplazar una creencia. Las creencias arraigan en una zona de deseos inconfesos, que en nada ceden jamás a la razón ni a los hechos. Cuanto más los contradigan, mejor. Los hechos, como la razón son siempre conspiratorios para los creyentes. Se les borra.
 
Así sucede en la Europa sobre la cual Francia y Alemania imponen sus sacrosantos intereses nacionales, respecto de la guerra que, en territorio iraquí, las fuerzas de la alianza liderada por Estados Unidos y Gran Bretaña libran contra las redes islamistas: esas que atentaron en Nueva York, por supuesto; pero también en Madrid, en Bali, en otros tantos puntos difusos del planeta.
 
Francia y Alemania –y ahora, subsidiariamente, el Gobierno socialista de España– exhiben, desde antes de que la ofensiva empezara, un blindada creencia en la inexistencia de armamento químico en el tan democrático Irak de Sadam Huseín. Algo tendrán que ver los intereses económicos franco-germanos en esa fe, que les llevó a la indignidad de ignorar en qué modo ese armamento había sido usado para exterminar globalmente al pueblo kurdo. Las fosas masivas, una vez descubiertas, fueron vergonzosamente silenciadas por una prensa cuyo único interés ha sido exhibir un antiamericanismo tan excesivo cuanto irracional.
 
Nada tiene, pues, de extraño que idéntico silencio guarde ahora esa respetable prensa francesa y alemana –y, por prolongación, española– acerca del hallazgo de artefactos equipados con gas sarín en manos de las guerrillas sadamistas.
 
El sarín no es una broma. Hace no tantos años, una secta apocalíptica japonesa hizo uso de él para intentar una masiva matanza en el metro de Tokio. En pequeñísimas cantidades, el número de víctimas capaz de generar, de modo completamente indiferenciado, es inmenso. Un arma temible para el ataque contra población civil, especialmente en grandes concentraciones urbanas.
 
¿Cuántas primeras páginas de la prensa española ha merecido la aparición de los primeros explosivos cargados con sarín en Irak? ¿Cuántos comentaristas se han parado siquiera a reflexionar acerca de lo que el uso de ese arma química puede desencadenar en una población desprotegida?
 
Demasiadas preguntas. Y el creyente nada sabe de interrogación o duda. Su deseo es más fuerte, su decisión más firme que los hechos. No hubo kurdos gaseados. No hay sarín. Sadam era el legítimo padre protector de un idílico país soberano y más o menos democrático. Y, sobre todo, con él los negocios francoalemanes eran sustanciosos. ¿La verdad? Se fabrica a la medida. Y punto.
 

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