Menú
Aznar se marcó su retirada antes de llegar al poder. Luego, una vez demostró sus capacidades como gobernante, algunos intentaron influir en él para que se desdijera con alguna excusa. Señal de que ignoraban por completo su código de valores. Poco importaba que los votantes populares desearan su continuidad. El desalojo de la Moncloa en 2004 era algo fatal.
 
Autoimponerse una fecha de caducidad no le restó un ápice de autoridad, y no se ha conocido en democracia mayor unidad y cohesión en un partido. El PP estaba blindado y, en las municipales, pudo atravesar la tormenta del “No a la guerra” sin mojarse. La fortaleza e integridad con que aquella maquinaria, grande, compleja y acorralada, se enfrentó al desafío callejero y mediático se resume en el episodio de la votación secreta, que no arrojó ni un voto menos -sino uno más- de los que tenía en el Congreso. La añagaza socialista destinada a “visualizar” la disensión en el adversario fracasó estrepitosamente. Lo cierto es que esa exhibición de unidad se fundamentaba en la adhesión a José María Aznar.
 
Sin embargo, el líder ya empezó a perder poder, gota a gota, en el momento en que designó sucesor. Comenzó la cuenta atrás y con ella las carreras para tomar posiciones de cara a la nueva etapa. Pero resulta que Rajoy perdió las elecciones. Es indudable que los resultados acusaron la conmoción por los atentados de Madrid, pero no lo es menos que la última campaña del PP incluyó varios errores, destacando la negativa a mantener debates en televisión con Zapatero. Aquella estrategia reflejaba el deseo de rentabilizar los logros de Aznar –sin esfuerzos pedagógicos–, pero desautorizando tácitamente su estilo.
 
Poco a poco había ido cuajando la idea de que el presidente, con todas sus virtudes, no sólo era antipático y desabrido sino también algo autoritario e insensible a los “hechos diferenciales”. Cuajó en el PP de Cataluña, como mínimo, que estuvo encantado de prescindir de sus servicios en campaña. Es decir, se compró la propaganda de quienes jamás votarían al PP y se perdió la oportunidad de motivar a una importante bolsa de electores catalanes a quien sólo el “antipático centralista” movilizaba, gente que acabó absteniéndose en medio de la agobiante y amenazadora atmósfera diseñada tras los atentados. El golpismo de baja intensidad del 13-M fue demoledor, sí. Pero lo fue, entre otras razones, porque en muchos lugares de España los militantes y votantes del PP se sintieron absolutamente desamparados.
 
¿Y si el candidato hubiera sido Mayor Oreja? Sólo hay que oírle estos días. No me lo imagino ofreciendo ministerios a CiU, como hizo repetidamente Rajoy. Ni primando a los disidentes de Unió para demostrar que un historial nacionalista es preferible a una larga militancia popular. Excelente político, Rajoy. Quizá  Mayor Oreja también habría perdido, pero seguro que no se habría ido a descansar a Canarias tras las elecciones mientras su gente tiritaba de frío. Amicus Plato, sed magis amica veritas.
 

En España

    0
    comentarios