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Agapito Maestre

La boda

En España no pensamos, miramos. La nuestra es una cultura de la mirada. La vida del español no sería nada sin la mirada. Escribir, por supuesto, es para nosotros mirar. Escribir es traducir el mundo a través de la mirada. Acaso por eso, en España, por encima, muy por encima, del pensamiento está la pintura y la escritura. El arte. Quizá sea verdad que España no piensa, sino que pinta y escribe. España sigue siendo la patria de la mirada. Nuestra cultura es visual o no es. Por eso, todo el mundo está esperando el día de la boda. Todo españolito necesita ver, mirarse a través del espejo, e incluso de ver el retrato del pintor que se pinta a través del espejo. Somos barrocos. También yo, como cualquier españolito de a pie, necesito escribir sobre la boda. Necesito improvisar. Necesito palabras para traducir el mundo. Necesito saber con palabras de qué va esta vaina, este sin-sentido, la vida de una pareja de enamorados.
 
Aparte de ser una magnífica terapia, escribir-mirar es un forma de educarnos para reaccionar con elegancia ante lo inédito. En cierto sentido, la tarea de educar, e incluso de educarnos, es una manera de prepararnos para ser buenos improvisadores, o sea, gentes capaces de traducir el mundo en palabras. ¿Cómo traducir la futura boda entre el príncipe Borbón y la ciudadana Ortiz? No tengo idea, pero intuyo que están en lo cierto quienes hablan del tiempo en vez de hablar de la boda propiamente dicha. Y es que hablar de lo que no se ve siempre ha sido para los españoles un sin-sentido. Nadie ha podido jamás torcer la voluntad realista del español. Nadie ha podido convencernos de que pensar por pensar tiene alguna plausibilidad. Nadie ha podido desviarnos de nuestro místico camino: pensar es siempre “pensar para algo”.
 
Todos quieren ver la boda, pero en verdad nadie piensa la boda. ¡Qué cosa será eso de pensar una boda! Nuestro hablar de la boda no es sino una preparación para verla, o sea, tocarla. Amenaza lluvia, dicen los entendidos en tiempo y bodas, como si quisieran quitarnos las ganas de salir a la calle. No importa. La gente saldrá a la calle, porque a los españoles nada les gusta más que un boda y un entierro. Aunque el cortejo pudiera estar pasado por agua, aunque el mal tiempo desluzca el acontecimiento, el personal estará en la calle para ver los rostros de los novios, los parientes y los invitados. Todos nos tiraremos a la calle ese día, aunque caigan rayos y centellas, o, lo que es lo mismo, todos estaremos ante el televisor para ver la boda y, quizá también, para reírnos. Sí, en efecto, para reírnos de nosotros mismos, porque reír es propio del hombre, no sé muy que es tomarse en serio la vida al margen de la risa.

En Sociedad

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