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Cristina Losada

La ocasión la pintan, Calvo

Estamos esperando. Mi vecino y yo tenemos obra literaria que no ha encontrado editor. Sé de otro vecino que se dedicaría con gusto a la novela policíaca. No conozco a todos mis vecinos. Si proyecto los datos de mi microcosmos, concluyo que entre un 5 y un 10 por ciento de los españoles tiene vocación literaria, eso sin contar a todos los que dicen que escribirían una novela, si tuvieran tiempo. La razón de que muchos nos hagamos viejos como escritores frustrados estriba en que las editoriales desean ganar dinero con los libros que publican, o por lo menos, no perderlo. Ahora, nuestra esperanza se llama Carmen Calvo.
 
La ministra comparte la idea, que transmitió el presidente del gobierno en su primer discurso, de que la cultura no debe ser “mera mercancía”. Esto fue saludado con alborozo por creadores consagrados. A los aspirantes nos dio ánimo: pensamos en limpiar de polvo las cajas donde guardamos los manuscritos. Pobres criaturas, no son más feas ni peores que buena parte de las que transitan por las librerías. Sencillamente -pensamos sus progenitores- son hijas de desconocidos que no han salido siquiera en un programa de televisión, para lo cual, hoy por hoy, ya hay que ser cenizo.
 
Si creen que digo esto por envidia, sepan que Alonso Guerrero, que no por ser el primer marido de Letizia, deja de tener autoridad en punto a letras, dijo en mi ciudad que la mayoría de los libros de hoy son “banales, sin inteligencia” y “aprovechan una dinámica impuesta por la industria”. Ahí, ahí vamos, a la industria. ¿Qué es eso de que las editoriales nos sirvan morralla y nos priven de excelsas obras sepultadas en cajones por un quítame allá unos euros?
 
Señora Calvo: usted se ha reunido con los cineastas, informalmente al menos, y con castiza camaradería les ha prometido la ayuda que haga falta. Ayuda es igual a euros, más alguna otra actuación de propina. Bien. ¿Y los escritores? A los que ya están arriba no les falta de nada. Hasta les dan todos los premios. Sobre los premios, circulaba el año pasado una idea revolucionaria, sostenida por Goytisolo y otros ilustres, para que dejasen de ser meras campañas de promoción de las editoriales. Éstas sólo “aspiran a vender”, decía uno. ¿Qué se habrán creído esos mercaderes? Y ¿de qué vivirán esos escritores?
 
Esto es como la vivienda. ¿No se van a hacer viviendas para pobres? Por qué no una editorial para los escritores que no acceden al mercado, y concursos para noveles. La ocasión la pintan calva, ahora o nunca. O tendremos que pensar que aquella frase con la que empezó todo, en realidad, es esta otra: “La cultura (que fabrican los nuestros) no es una mercancía (más: será la única)”. Vamos, que bajo las diatribas contra el mercado a modo de fuegos de artificio, se perpetrará el mayor reparto de mamandurrias y privilegios a los amigos del poder, y a sus protegidos. Se favorecerá a unos, y no a otros. Digo, se seguirá favoreciendo. El maná del dinero público sobre la cultura suele caer con increíble puntería. A la postre, es ceniza esterilizadora.
No me molestaré en abrir las cajas. Como no escribo en una lengua minoritaria, no puedo jugar a la lotería que cae más repartida. Pero voy a confesar: no las abro para no espantarme.

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