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Entre lo que es patentable y lo que no lo es hay una línea: la que separa invención de idea. Lo malo es que esa línea no es siempre muy clara y, en el caso del software, casi se podría decir que es una enorme mancha gris. Las dudas sobre la patentabilidad han estado siempre presentes cuando una nueva tecnología pedía ser protegida y, por tanto, parece lógico que se plantee en el caso de las patentes de software. Habría que preguntarse si hay algo en los algoritmos y las aplicaciones de ordenador que los haga distintos de otras innovaciones.
 
La principal diferencia es que el software ya está protegido por los derechos de autor y los copyrights, la misma protección de la que disponen las obras artísticas, y nadie en la industria ha propuesto que se cambie una protección por otra. Quieren las dos, pero lo cierto es que resulta difícil congeniarlas. Al patentar, revelamos nuestra innovación al mundo, que puede aprovecharse de ella para realizar nuevas invenciones, mientras que, en cambio, el copyright tiende al secretismo. Además, en este campo las ideas y los conceptos no son lo que se come la mayor parte del tiempo y la inversión al desarrollar un producto y no hay mucha investigación básica que proteger.
 
Una patente requiere relativamente poca inversión (15.000 euros), pero lleva 3 años de media su concesión, además de que la misma no significa que sea efectiva, pues cualquier compañía puede echarla abajo si demuestra en los tribunales que no es suficientemente innovadora o que ya existía arte previo. En un mercado tan competitivo y rápido, no es raro que una empresa implemente, sin saberlo, una patente que pidió otra pero aún no está concedida. Además, el ejemplo norteamericano ha demostrado que el problema de la difusa frontera entre idea e invento se resuelve concediendo patentes hasta por la más obvia de las ocurrencias, obligando a las compañías grandes a cruzar los dedos y desear que sus productos no infrinjan ninguna, pues comprobarlo sería mucho más caro. Las pequeñas compañías puede que decidan, en muchos casos, no arriesgarse. No hablemos ya del software libre. Empresas como Eolas se dedican sólo a sacar patentes sobre ideas esperando que los tribunales les den la razón y dar el pelotazo.
 
En cambio, el copyright ofrece una protección sencilla de obtener e inmediata, que ha permitido a la industria del software ofrecer un grado de innovación más que suficiente durante su relativa corta vida. Protege además la implementación, que es lo que la mayoría de empresas necesita pues es lo que se come sus recursos.
 
Puede que un mundo con el software protegido por patentes y sólo por patentes fuera mejor para todos, aunque lo dudo. En la documentación de las mismas tendríamos el código fuente de una implementación del invento, no se tendría que reinventar la rueda tantas veces, podríamos acceder al código de todas las aplicaciones y la posibilidad de usarlo si no es la parte patentada. Pero no es esa la disyuntiva. Las patentes se presentan como un añadido a los derechos de autor. Y en ese caso, la experiencia muestra que no fomentan la innovación lo suficiente como para justificar los quebraderos de cabeza que provocan.

Daniel Rodríguez Herrera es editor de Programación en castellano.

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