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Amando de Miguel

¿Cómo se dice…?

Francisco Montojo vuelve a la carga con lo de gringo. A él le parece “plausible” (¿digno de aplauso?) la versión de que todo procede de una canción de los soldados estadounidenses durante la guerra contra México. En efecto, según mis noticias, la canción empezaba así: “Green grows the lilac” (= Verdes crecen las lilas). Según esa versión, los mexicanos empezaron a llamar “gringos” a los soldados yanquis. La historia es muy bonita, pero no es “plausible” como dice don Francisco, esto es, no sirve para explicar el palabro. La voz gringo es algo así como “griego”, y se utilizaba en castellano muchos años antes de que hubiera yanquis en América. Quería significar las personas que hablan una lengua extraña. Hoy decimos “hablar en chino”. En inglés tienen el término gibber para referirse al lenguaje extraño, que no se entiende. Ese sonido “be”, con el mismo sentido de difícil de entender, está también en “bárbaro” y quizá también en “ibero” o “beréber”.
 
Guillermo Sánchez, de Barcelona, quiere saber por qué resulta improcedente poner el nombre de “Joan Carles” al Rey Juan Carlos en una placa conmemorativa de ese engendro llamado Fórum de las Culturas o algo parecido. Desde luego, es costumbre que los nombres de algunos personajes ilustres sean traducidos al romance cuando nos referimos a ellos. Así hablamos del Príncipe Carlos de Inglaterra, de Carlos Marx o de Renato Descartes. Pero sería improcedente que en Gibraltar, donde se habla español, grabaran una placa oficial con el nombre de “Carlos de Inglaterra”. En los territorios donde un Rey manda es poco elegante cambiarle el nombre. En Cataluña a Jordi Pujol le molestaría que se pusiera una placa conmemorativa llamándole Jorge, a pesar de que incluso en su partida de bautismo pueda figurar con ese nombre. Más respeto habría que tener con el Rey, que lo es también de Cataluña.
 
Luis Lebredo, de Redlands (California, Estados Unidos) se pregunta si es correcto que los socialistas puedan aparecer como “progresistas”, con “ideas avanzadas”. En mi opinión, cada uno es libre de llamarse como quiera. Solo que yo también tengo el derecho a dudar de que algunas ideas de los socialistas sean “progresistas” o “avanzadas”. Por otra parte, el progreso o el avance no tiene por qué ser siempre bueno, y bueno para todo el mundo. Mi experiencia me dice que los socialistas están bien en la oposición, donde estimulan las medidas convenientes para que el Gobierno las lleve adelante. Pero cuando los socialistas gobiernan, el progreso real se logra menos, y, si se consigue, no siempre es en beneficio general. Cuando los socialistas gobiernan como partido único, el desastre es mayúsculo. Pero, en fin, todo es cuestión de gustos.
 
Andrés Brunete afirma enfático y enfadado que “contactar” no existe en español. Pues claro que existe. Es un verbo utilísimo que está en el habla corriente. Significa “ponerse en comunicación con alguien de manera inmediata”. La palabra está en el Diccionario de la Real Academia y en el de Seco y colaboradores. En latín contactus es la comunicación entre dos cuerpos o dos entes sensibles.
 
Mariano Magister Hafner se queja de la expresión “pensiones no contributivas”. Son las pensiones que se dan a las personas que no han cotizado a la Seguridad Social. Para don Mariano sería mejor decir “no contribuidas”. A mí me suena mejor “no contribuyentes”. Pero seguiremos diciendo “no contributivas”. Lo bueno sería que las pensiones se dieran a todas las personas en proporción a los años que hayan residido en el país, hayan cotizado o no a la Seguridad Social. Pero no veo que ningún partido político se atreva a tanto, por muy socialista que se precie.
 
Rafael de Olaiz García, de Madrid, se lamenta de que la ciudad de Múnich algunos la pronuncian en España como “Múnic” o “Múnig”. En alemán el nombre originario es München (pronunciado algo así como Mínjen), pero se admite también la grafía de Munich (pronunciado Múnich o Múnij). Hay todavía una versión malsonante siempre en la parla española, que es “Miúnic”. Es perfecto castellano el gentilicio de “muniqués” para referirse a lo relativo a Múnich. Creo recordar que, de modo despectivo, se habló oficialmente en los años sesenta del “contubernio muniqueta”. Fue una reunión de algunos líderes de la oposición política española reunidos en Múnich, seguramente ayudados por el Gobierno alemán.
 
Me emociona la comunicación de Eduardo Aldiser, de Madrid, cordobés de nación (de Córdoba, Argentina), que emigró a Europa. Pudo irse a la Italia de sus antepasados, pero al final se quedó en España. A ello le ayudó la lectura de algunos libros, entre ellos algunos míos. Don Eduardo es doblemente español, por argentino y porque decidió conscientemente ser español. Bienvenido sea a la tribu.
 

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