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Pío Moa

El crimen y la tragedia

Aunque se suele llamar tragedia a los crímenes y, por extensión inapropiada, a los accidentes, identificando tragedia y dolor, la tragedia se refiere más bien a los procesos psicológicos que llevan al desastre. Según Max Scheler, la tragedia resulta del choque de valores elevados y equivalentes, y en ese sentido viene a ser inevitable, pero en la concepción griega parece más bien la manifestación de la hybris, el autoengaño vanidoso y desmesurado que lleva al crimen y al castigo.
 
El elemento trágico en los atentados del 11 de marzo no se encuentra tanto en ellos mismos –hay accidentes que producen tantas y más muertes– como en ser el producto deliberado de unas mentes para quienes el asesinato masivo carece de importancia si les permite obtener sus fines. En una sociedad sana, el crimen debiera haber despertado la reacción de castigo que volviera inútiles esos fines, pero en España ha ocurrido lo contrario, revelándose una sociedad enferma, aquejada en buena medida de la misma perversión que ha llevado al Terrorismo Islámico a cometer la matanza.
 
El objetivo inmediato y evidente de los asesinos consistía en influir en la campaña electoral española, convirtiendo a la sociedad en rebaño para empujarla contra el gobierno que mejor ha actuado contra el terrorismo. En una sociedad sana, insisto, el Terrorismo Islámico no habría logrados sus fines, pero el hecho indudable es que los ha alcanzado con creces. Una chusma enloquecida de miedo y odio, espoleada por el PSOE y los nacionalismos, ha colaborado con los autores de la matanza, ha llamado asesinos a quienes nos han defendido del terrorismo, exculpando implícitamente a los verdaderos asesinos, y ha votado a quienes menos confianza pueden despertar en la lucha contra esta plaga que amenaza la estabilidad de la democracia y la integridad de España. No parece casualidad que Giscard d´Estaing, gran amparador de la ETA y promotor del neocolonialismo francés en África –el único neocolonialismo real y organizado desde un estado en ese continente–, enemigo declarado de España en Europa, viniera inmediatamente a felicitar y, hay que suponerlo, aconsejar a nuestro Mr. Bean.
 
El Terrorismo Islámico ha logrado un segundo y gran triunfo: que España haya golpeado a la coalición que intenta evitar en Iraq la vuelta de de una tiranía terrorista, abandonando a los iraquíes a su suerte frente a los mismos asesinos de Madrid. Como indiqué en otro artículo, Al Qaida y quienes estén detrás de la matanza han proporcionado un gran triunfo al PSOE y a cuantos aspiran a desmembrar España; y éstos, a su vez, han recompensado a Al Qaida con el mayor éxito que ésta haya recogido hasta ahora en su siniestra historia. Al sacrificio de las víctimas españolas se ha contestado con el sacrificio de las víctimas iraquíes. Una tragedia se ha combinado con otra. Ésta es, hablando de manera objetiva, la verdadera situación, el verdadero balance, pocas veces mencionado: los vencedores de las elecciones han obrado como cómplices del Terrorismo Islámico, cuyo nombre empiezan por disfrazar (terrorismo internacional, dice Mr. Bean), para adormecer a la gente.
 
No lo han hecho intencionadamente, decía en aquel artículo, pero debemos matizar. Las intenciones que no se corresponden con los hechos cuentan poco o son falsas, y en este caso ocurre algo muy parecido a lo de las turbas que asediaban los locales del PP. No se identificaban de modo deliberado con los terroristas, pero lo hacían de manera semiconsciente, bajo el influjo de una confusa propaganda. La propaganda de la izquierda y los nacionalismos en España, según la cual la verdadera culpa de cuantos males nos afligen recae sobre la democracia “burguesa” y el imperialismo useño. O sobre los cristianos, por emplear la terminología de quienes intentan volver a Al Andalus. Esas ideas trágicamente perversas les llevan a colaborar con el crimen y a multiplicar sus efectos.
 
 

En España

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