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Miguel Ángel Quintanilla Navarro

"Tuning" constitucional

El “tuning” está de moda. Consiste en modificar el aspecto de un coche “de calle” hasta hacerlo casi irreconocible, y en sustituir su equipamiento original por otro mucho más llamativo y caro. El vehículo es transformado mediante la instalación de alerones, luces, espoiler, equipo de sonido de cientos de vatios, y cuantas otras operaciones estéticas pueda soportar el bolsillo del aficionado y sean lo suficientemente desmesuradas, llamativas e inútiles para la conducción como para merecer el gasto. Al final, el coste de las piezas añadidas supera en mucho el valor inicial del coche, pero esto no parece importar al “tunero”, que no quiere comprarse un coche mejor, sino disponer de una materia prima sobre la que trabajar a su capricho hasta dotarla de una apariencia “personalizada” que le permita fardar delante de los colegas. La instalación de un equipo de música de precio millonario que sólo puede rendir toda su potencia cuando el propietario está fuera del coche y a cincuenta metros de distancia, o la de un alerón de varios metros cuadrados de superficie en un vehículo que no puede pasar de 150 kilómetros por hora, son operaciones que cualquiera, salvo un amante del tuning, juzgaría absurdas.
 
Pero, como dicen que dijo el torero, hay gente para todo y, la verdad, hay aficiones peores que hacer tuning con los coches. Por ejemplo, hacer tuning con la Constitución, afición que –con la excepción del PP– parece haber arraigado con fuerza entre los políticos españoles. Porque tuning, y no reforma, es lo que hasta ahora están proponiendo quienes dicen que la de 1978 es una Constitución que ya no vale. No tratan de hacer un texto mejor, equilibrado y capaz de rendir una utilidad superior a la que ha rendido desde el final de la transición; ninguna crítica solvente han efectuado hasta ahora. De lo que se trata, al parecer, es de “tunear” España hasta hacerla irreconocible, y de instalar un equipo Alpine de última generación por cada ocupante para que cada cual ponga su música a tope, aunque tengamos que salir para no perder irremediablemente los tímpanos. Lo que está por ver es si los dueños del vehículo están de acuerdo con la idea, y si los tuneros de España están dispuestos a pagar la factura del taller.
 

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