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Ricardo Medina Macías

Los izquierdistas de salón y el doble discurso

Sólo en países libres se puede ejercer el izquierdismo como juego de salón, sin mayores consecuencias y con buenos rendimientos en el bolsillo.
           
En los países de Europa del Este, donde padecieron el socialismo real, es imposible encontrar marxistas de salón, del género de los que han proliferado en Europa occidental y América Latina. En lugar de esa izquierda exquisita, lo que hay en Europa del Este son museos que recuerdan el horror del socialismo real.
           
En el siglo pasado, en los países en los que el marxismo no conquistó el poder la ideología marxista ejercía, sin embargo, una doble fascinación: por una parte la fascinación de la esperanza en una justicia inmanente y automática que terminaría con todas las servidumbres y, por otra parte, la fascinación un tanto frívola de la disidencia, de la originalidad opositora contra el estado de cosas.
           
La primera fascinación fue útil para seducir a las masas y durante mucho tiempo los propagandistas de izquierda cuidaron celosamente que esas mismas masas no conociesen las atrocidades que cometía el socialismo real, justo en los países donde el marxismo se hizo gobierno y modo totalitario de vida.
           
La segunda fascinación, a la que sucumbieron numerosos intelectuales y artistas, tiene una gran dosis de frivolidad y de vanidad. Consiste en adoptar ciertas tesis y actitudes del marxismo en tono propagandístico para obtener, a cambio, reconocimiento, canonjías políticas y hasta estipendios de parte de gobiernos con mala conciencia que mediante tales expedientes domesticaban –generalmente con gran eficacia– a los opositores.
           
Hoy día es difícil que –a la vista del derrumbe del socialismo real en la Unión Soviética y en Europa del Este– el discurso marxista duro del pasado tenga esperanzas de éxito ante obreros, campesinos o clases medias. Los horrores conocidos, y por conocer, de las dictaduras marxistas son demasiados y demasiado abominables como para sustentar una prédica de ese tipo.
           
Pero en cambio persiste el marxismo descafeinado como moda de salón en los medios intelectuales y artísticos. Un marxismo diluido en social democracia –a la que hay que llamar propiamente social burocracia– o en un falso e imposible “liberalismo de izquierda” como algún novel escritor mexicano bautizó inopinadamente al socialismo más o menos adecentado de Ricardo Lagos, el presidente de Chile.
           
Un efecto curioso de este izquierdismo de salón, o marxismo exquisito, es la cara dura para el doble discurso moral. Pongo un ejemplo: el izquierdismo de salón condena con los peores epítetos las atrocidades que cometieron algunos militares estadounidenses en la cárcel de Abu Ghraib en Irak (y hacen muy bien en condenarlas, porque tales conductas contradicen todos los valores de las sociedades libres), pero atribuyen las atrocidades del bando contrario –por ejemplo de Al-Qaeda o de los fundamentalistas islámicos– a la perfidia de Occidente.
           
De esta forma, en el doble discurso del marxismo de salón, Occidente siempre pierde.
           
Curiosa lógica suicida, considerando que sólo en Occidente se puede ser izquierdista de salón, con toda libertad y a veces con extraordinarias ganancias.
 
© AIPE
 
Ricardo Medina Macías es analista político mexicano

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