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Alberto Acereda

De Reagan a Bush

El pasado fin de semana estuve en Bel Air, cerca de Los Angeles, localidad de residencia de Ronald Reagan. Mientras comía el sábado con un amigo segoviano colega universitario en estas tierras las cadenas de televisión daban la noticia de la muerte del gran “Gipper”. Desde entonces no he querido escribir una sola línea. Lo hago ahora cuando su cuerpo va a ser enterrado para siempre en la Biblioteca Presidencial de Simi Valley. En estos días he visto y he leído bastante de lo que en España, Europa y Estados Unidos se ha escrito y dicho sobre Reagan. Por ello, y pese a lo que les cuentan en los telediarios de TVE, uno debe decirles que Reagan fue mucho más que un actor mediocre o un vaquero del Oeste. Él fue quien, ya en 1981, calificó el comunismo como “un triste y dañino capítulo en la historia de la humanidad cuyas últimas páginas estamos escribiendo”. Reagan no se equivocó.
 
Para los muchos españoles que llegamos por primera vez a Estados Unidos a mediados de los ochenta, siendo Reagan presidente, su muerte es una pérdida especialmente irreparable. Primero porque él mejor que nadie personifica el país que nos abrió sus puertas a centenares de jóvenes españoles que con veintitantos años salíamos espantados de una España socialista hundida en el paro y en la corrupción, con una universidad endogámica y carente de oportunidades reales de trabajo. La América de Reagan nos brindó sus universidades y sus grandes bibliotecas, nos abrió sus programas de doctorado, sus aulas y, sobre todo, la posibilidad de hacer de la lengua, la cultura y la literatura de España un modo de vida. Esa es la América que yo encontré y en la que no importaba si uno era vasco, catalán o gallego. Todos fuimos bienvenidos como españoles.
 
Ahora, casi dos décadas después, el legado de Reagan permanece más vivo que nunca. Su nombre es un recuerdo permanente de la defensa de la libertad, la paz y la prosperidad. Su política es un ejemplo de las oportunidades que se brindan en este país a todos cuantos de verdad quieren realizar el auténtico sueño americano: el de la libertad y la prosperidad al ser valorado por el trabajo individual y por el esfuerzo personal. Justo todo lo contrario a lo que dejamos al salir de la España de Felipe González, cuyos ecos resuenan de nuevo ahora con peores augurios y con un gobierno cobarde que abandona a sus aliados en Irak y capitula ante el terrorismo.
 
El verdadero valor histórico de Reagan se va ubicando en el puesto de honor que merece en la historia universal del siglo XX. Reagan sigue hoy representando los sentimientos más profundos de la vida americana: la religiosidad sin complejos, el capitalismo sano, el patriotismo honesto, el individualismo emprendedor, el optimismo ante la vida y, sobre todo, la libertad. Por eso, a Reagan le odió tanto la izquierda y por eso tiranos como Fidel Castro se han alegrado de su muerte y lo han calificado como “el hombre que no debió haber nacido”.
 
La reflexión comparativa que hoy cabe hacer resulta sencilla: los insultos y los ataques que vamos viendo desde la izquierda antiamericana contra el Presidente George W. Bush son idénticos a los que recibía Reagan hace veinte años. Son los mismos que procedían del odio visceral a lo norteamericano y a su sistema democrático liberal. Pero Reagan entonces, como Bush ahora, tienen en común la claridad moral en una idea fundamental en nuestro tiempo: el reto de la supervivencia de nuestra civilización occidental y la firme defensa de la libertad.
 
George Washington, Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt y Ronald Reagan son los cuatro grandes presidentes en la historia de Estados Unidos. Los cuatro tuvieron que hacer frente a grandes retos históricos: la creación de la Unión, la Guerra Civil, la Gran Depresión y el Comunismo. Desde el 11-S, George W. Bush tiene también el gran reto de derrotar al terrorismo mundial. De momento, lo está consiguiendo porque en Irak se atisba ya la democracia, porque Sadam Husein ya no está ni tampoco los talibanes. El objetivo es llevar la democracia a los países tiranizados por el terrorismo islámico y acabar con las dictaduras del mal. Por eso Bush defiende la democracia en Israel. Por eso, los que odian nuestra libertad le insultan, como hicieron con Reagan.
 

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