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Daniel Pipes

Apoyar el mal menor

Empezando por el primer atentado terrorista hace sólo un año, Arabia Saudí ha sido testigo de cerca de un atentado terrorista violento al mes. Este patrón ha culminado con cuatro incidentes este mes, incluyendo el mortal ataque de este fin de semana contra un complejo residencial en Jobar. Aunque están dirigidos sobre todo contra extranjeros, y en la misma medida contra la infraestructura económica del país, los ataques reflejan una profunda división dentro de la sociedad Saudí que tiene implicaciones que van mucho más allá de esto. Los temas relacionados conciernen a la orientación religiosa, política y económica, y continúan un conflicto que comenzó hace casi un siglo.
 
El reino Saudí cobró forma alrededor de 1750 cuando Mohammed al-Saud, líder tribal, formó una alianza con Mohammed bin Abd al-Wahhab, líder religioso. Saud prestó su nombre al reino, que (a excepción de dos breves períodos) sobrevive hasta nuestros días; el nombre de al-Wahhab define la interpretación Islámica que sigue siendo la ideología del reino.
 
Cuando apareció por primera vez, el wahabismo fue visto por otros musulmanes como radical y progresó poco más allá de su cuna árabe principal. Su rechazo a la identidad de los musulmanes no wahabíes, combinado con su oposición frontal a las costumbres musulmanas tradicionales, hizo que el wahabismo fuera inaceptable para los poderes en Oriente Medio, especialmente para el imperio Otomano. La amplia hostilidad hacia la intolerancia Saudi explica por qué se derrumbó dos veces.
 
Bernard Lewis ofrece una analogía americana que ayuda a hacerse una idea de la posición Saudí entre los Musulmanes: "Imagínese que el Ku Klux Klan logra el control total del estado de Tejas. Y el Ku Klux Klan tiene a su disposición todos los oleoductos en Tejas. Y utilizan este dinero para instalar una red bien dotada de universidades y escuelas por todo el reino cristiano, imponiendo su rama peculiar de cristianismo. Entonces tendría un equivalente aproximado de lo que ha sucedido en el mundo moderno musulmán".
 
El tercer reino Saudí fue fundado en 1902, cuando Abdul-Aziz ibn Saud capturó la ciudad de Riad. Una década después, Abdul-Aziz formó una fuerza armada llamada el Ikhwan (hermanos en Árabe) que se convirtió en la punta de lanza del movimiento wahabí, armado, expansivo y fanático. Era conocido por un grito de guerra que resumía su perspectiva: "los vientos del Paraíso soplan. ¿Donde está el que anhela llegar al Paraíso?".
 
El Ikhwan ganó la mayoría de sus batallas, expandiendo el gobierno Saudí y las prácticas wahabíes. Su mayor victoria llegó en 1924, cuando arrebató La Meca a la dinastía hachemita que había controlado la ciudad durante siglos (y continúa gobernando Jordania). Esta victoria de Abdul-Aziz transformó su situación de dos maneras. Al imponer al último rival árabe el control saudí, estableció a los saudíes como el poder incomparable en su región. Y al tener bajo jurisdicción saudí a la principal ciudad del Islam y área urbana principal de la península, dio nueva relevancia al wahabismo.
 
Las verdades simples de décadas anteriores ahora eran desafiadas. Los saudíes tuvieron que desarrollar relaciones diplomáticas más sofisticadas con poderes exteriores al tiempo que tenían que interceder a menudo en la atmósfera relativamente liberal en La Meca. Abdul-Aziz pronto se dio cuenta de que tenía que controlar el Ikhwan y los caracteres más salvajes del wahabismo. Como tuvo que hacer frente al Ikhwan en los años siguientes a su conquista de La Meca, éste se rebeló, llevando a una guerra civil que duró hasta que Abdul-Aziz derrotó a sus fuerzas renegadas en 1930.
 
Visto en los términos de hoy, el Ikhwan se asemeja a los talibanes en su mayor pureza y extremismo y Abdul-Aziz se asemeja a sus hijos, que continúan gobernando el reino menos puro que él fundó. Su victoria en 1930 significó que una versión más suave del wahabismo derrotó a la versión más fanática. Si la monarquía saudi ha sido siempre más rigurosamente islámica que sus vecinas, también ha sido más relajada que los estándares anteriores de la doctrina wahabí.
 
Es cierto, la monarquía se ciñe al Corán y su constitución, prohíbe cualquier práctica religiosa no Islámica, patrocina la notoria Mutawwa, policía religiosa, y exige una separación terminante de sexos. Pero esto es suave comparado con la versión del Ikhwan, porque la monarquía promulga leyes no Coránicas, permite tácitamente la adoración no Islámica, limita la jurisdicción de la Mutawwa, y permite que las mujeres salgan de casa.
 
El acercamiento del Ikhwan al Islam no murió en 1930, no obstante. Se replegó y mantuvo el control sobre elementos de la retaguardia. Mientras la monarquía saudí florecía en la edad del petróleo en una institución más decadente e hipócrita, la llamada al mensaje del Ikhwan ganó terreno. Esta llamada purista llamó la atención del mundo en 1979, cuando un grupo de jóvenes similar al Ikhwan tomó la Gran Mezquita en La Meca y la retuvo durante dos semanas. El mismo enfoque similar al Ikhwan emergió en los esfuerzos “muyaidines” de patrocinio saudí por expulsar a la Unión Soviética de Afganistán en 1979-89. El régimen talibán personificó este acercamiento durante sus cinco años en el poder, hasta que la guerra liderada por Estados Unidos lo derrocó en el 2001.
 
Entre los saudíes hoy, el enfoque del Ikhwan tiene muchos portavoces prominentes, incluyendo a jeques importantes y, por supuesto, a Osama ben Laden. Un nacional saudi que pasó sus años de formación luchando con los muyaidines afganos, ben Laden, no tiene paciencia alguna con la monarquía Saudi, a la que ve como corrupta económicamente y dominada políticamente por Estados Unidos. En su lugar intenta instituir un gobierno similar al Ikhwan que impondría virtudes más rigurosamente Islámicas y adoptaría una robusta política exterior Islámica. A todas luces, esta perspectiva tiene amplio atractivo en Arabia Saudí; tiene ciertamente más apoyo que el enfoque liberal preferido por los occidentales.
 
A la luz de esta historia, el incremento de la violencia durante el año pasado señala una profunda disputa saudí en la que el ganador se lo lleva todo, igual que en los años 20. Quien prevalezca decide si Arabia Saudí sigue siendo una monarquía que cede algo a los imperativos de la vida moderna, o si se convierte en un emirato Islámico reflejo del gobierno talibán en Afganistán.
 
Para los estados occidentales, la poco feliz disyuntiva se plantea entre la monarquía Saudí con todos sus fracasos o la aún peor alternativa del Ikhwan. Las opciones de la política se limitan así en ayudar a la monarquía a derrotar la aún más radical amenaza al tiempo que se presiona sobre ella para llevar a cabo mejoras en una amplia gama de áreas, desde la corrupción financiera hasta la financiación de organizaciones Islámicas militantes por todo el mundo.
 

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