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Carlos Sabino

Tratados beneficiosos a pesar de todo

Acaba de firmarse un Tratado de Libre comercio, pendiente aún de ratificación parlamentaria, entre los gobiernos centroamericanos y Estados Unidos. La iniciativa, que amplía y complementa el NAFTA (tratado entre México, Estados Unidos y Canadá) se suma así al esfuerzo de constituir una amplia zona de libre comercio, el ALCA, que abarcaría el conjunto del continente americano. No pocas son las críticas que se han formulado a este nuevo paso en el camino de la integración.
 
Por una parte están los grupos que, por principio, adversan todo acuerdo de libre comercio. Son una variopinta coalición que incluye desde los trotskistas de "Attack" hasta los sindicatos norteamericanos, desde los terratenientes privilegiados que producen bienes agrícolas protegidos hasta los nacionalistas que temen que Estados Unidos nos convierta en sumisas colonias. Para muchos de ellos, el libre comercio representa un peligro práctico e inmediato: una amenaza a las ganancias que obtienen gracias al proteccionismo y las leyes que los favorecen, un recordatorio de que, más allá de sus fronteras, hay empresas que son capaces de producir lo mismo pero mucho más barato y casi siempre mejor. Para otros, más teóricos, el comercio libre es sólo la expresión de apetencias imperialistas: conciben un mundo donde cada país, encerrado en sus fronteras, "consuma todo lo que produce y produzca todo lo que consume". Una visión de economías autárquicas, cerradas sobre sí mismas, que pasa por alto el hecho fundamental de que siempre el comercio ha enriquecido a los pueblos y que, en cambio, el aislamiento sólo produce miseria. Bastaría ver los ejemplos de Corea del Norte, Cuba o Myanmar (Birmania) para comprobar a donde lleva este trágico camino, el que prefieren los gobiernos militaristas y agresivos.
 
Hay otras críticas más lúcidas, mejor fundamentadas, a las que no es posible descalificar ni pasar por alto. Son las que destacan el inmenso burocratismo que caracteriza estas iniciativas -con miles de páginas de complejas reglamentaciones y excepciones-, los privilegios que se mantienen para no tocar ciertos poderosos intereses, las muchas limitaciones al comercio que se registran en los textos, que parecieran tener el fin de controlar y reducir el comercio, no de levantar las restricciones que pesan sobre su desarrollo.
 
Es cierto que estos tratados son, por lo general, bastante tímidos, a menudo restrictivos y siempre extremadamente cautelosos frente a los intereses creados. Es cierto también que, cuando colocan aranceles comunes demasiado altos, como sucede con el MERCOSUR, producen una "desviación de comercio" que tiende a crear un proteccionismo multinacional que no ofrece ninguna ventaja perceptible frente al más conocido proteccionismo nacional. Pero, aún reconociendo la justeza de estas fundadas críticas, creo que es posible afirmar que las ventajas superan con mucho a las desventajas.
 
En primer lugar porque los acuerdos como el CAFTA liberan, de hecho, una infinidad de rubros que ahora podrán comerciarse sin las restricciones arancelarias que se les imponían. En segundo lugar, y esto no tiene escasa importancia, porque se establecen cronogramas de liberalización que están basados en el principio de que todos los productos deberían poder intercambiarse libremente, aceptando así unas metas que, aunque no siempre se cumplan, quedan consignadas como propuestas que no es tan fácil desconocer. Pero, por sobre todo, porque estos tratados crean un marco de referencia internacional, en lo político y lo económico, que no puede ser desconocido por la usual arbitrariedad de nuestros gobiernos. Ya no es tan sencillo, cuando se pertenece a una asociación de este tipo, colocar de pronto un arancel del 50% a ciertos productos que compiten con las empresas locales, o aumentar desmesuradamente los impuestos, o emitir moneda local sin orden ni concierto.
 
El NAFTA, a pesar de sus limitaciones, ha sido de indudable provecho para México; el mismo efecto beneficioso ha tenido la Unión Europea sobre economías antes débiles y mal manejadas, como las de Grecia y Portugal por ejemplo. Tal vez el ALCA pueda ejercer una influencia beneficiosa sobre América Latina, una región demasiado acostumbrada a soportar políticas económicas demagógicas y nocivas para el crecimiento.                                                                                      
 
© AIPE

 
Carlos Sabino es profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala.
 

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