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Reparación moral conseguida. Con la mayoría de los medios en contra, con un gobierno que ha usado la televisión pública como canal de propaganda partidaria, con un CIS indescriptible, con una oportuna lluvia de billetes sobre Andalucía y con la fantasía -labrada sobre la materia de la que se hacen los sueños de la izquierda- del hundimiento del PP, la derecha se ha erguido y resulta que es enorme. Respirando sobre su cogote, el PP le va a recordar a Zapatero hasta el último día de legislatura que ellos no se arrugan y que, como anticipamos aquí, su gente grita sus razones morales con el voto cuando todos creen que el silencio de su impericia comunicacional es síntoma de agonía. Nada estructural puede cambiar en España sin el PP, ni la Constitución ni los estatutos. Nada importante conviene hacer sin ellos. No habrá cambio de régimen.
 
España es bipartidista. Entre el PSOE y el PP ocupan más de cuatro quintas partes del electorado. Algunos lo negarán agarrándose a la espectacular ventaja del PSC en Cataluña, formación que reputan nacionalista y ligada al PSOE por un mero pacto. En parte tienen razón, si no fuera porque el líder que ha logrado la mayor ventaja jamás obtenida por el socialismo en Cataluña tiene tanto de nacionalista como Mayor Oreja. “Nosotros no somos nacionalistas, nosotros somos socialistas”, dijo Borrell a una semana de los comicios mientras Maragall miraba hacia otro lado. Ese “nosotros” no incluía a la ejecutiva del PSC, pero sí a muchísimos de sus votantes.
 
CiU puede desaparecer del mapa si no corrige el rumbo. La coalición que ganó las elecciones autonómicas en noviembre pasado se ha convertido siete meses más tarde en la tercera fuerza política de Cataluña. Las razones, increíblemente, sólo se les escapan a ellos. Y son, por este orden: CiU ha existido por y para el ejercicio del poder y la extensa red clientelar que tejió durante un cuarto de siglo es inútil sin acceso al presupuesto; ha decidido ocupar en el mapa ideológico un lugar muy próximo a ERC, estrategia que ahuyenta a sus muchos moderados y que invita a saltar al barco vecino a no pocos de sus radicales; los primeros análisis postelectorales de Mas y Duran hacen vaticinar que su doble pérdida de apoyos continuará. A medio plazo, sólo puede insuflarles algo de vida la deserción de ERC del govern y un abrazo fraternal (o fratricida) del independentismo. Pero cuanto más se acerquen a ERC, más subirá el PP de Cataluña, cuyo ascenso a segunda fuerza en el Principado bajo la batuta de Vidal Quadras niega todos y cada uno de los supuestos en los que se basa la vida política, social y cultural del oasis.
 
El disfraz de IU ya no engaña a nadie. Llamazares ha logrado recordar, con su radicalismo panfletario y su discurso antisistema, que lo que ahí se esconde y manda es el Partido Comunista. Cualquier otra sensibilidad encuentra mejor acomodo en una organización como el PSOE, que atraviesa un periodo de rediseño de su identidad. Ante la imposibilidad de alterar las líneas maestras de la política económica, el socialismo español necesita arrebatarle el vestuario sectorial a IU, y ya ha empezado a hacerlo. Deja un guardarropa vacío vigilado por un comisario político con cara de pocos amigos que habla de detener a Bush.
 
Reparación moral de la derecha, una España básicamente bipartidista, posible desaparición de CiU e IU reducida a un minúsculo y extemporáneo comunismo: estas son las principales lecciones de junio. Cuando después del verano el PNV plantee su desafío, veremos quién las ha aprendido.

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