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Amando de Miguel

Dudas y vacilaciones

Mis queridos corresponsales, no les importe dudar de cómo se escribe esto o lo otro. La duda continua es la salsa del guiso del lenguaje.
 
Eduardo Cano, de Madrid, bracea en un mar de dudas respecto al uso del porqué. ¿Se debe escribir así o mejor, por qué? Son cuatro cosas distintas: porque, por qué, porqué y por que. Porque es una conjunción; equivale a “la razón por la cual”. Por qué, con interrogación explícita o implícita, es un pronombre interrogativo. También cabe decir el porqué, como sustantivo. Más raro y confuso, pero legítimo, es por que, equivalente a “por el cual, la cual”, etc. Veamos una frase en la que están los cuatro elementos: “¿Por qué me preguntas el porqué del asunto? Porque no te atreves a enfrentarte a las razones por que te agobian”. La mayor parte de mis estudiantes de Sociología no saben escribir una frase como la indicada. Es decir, no saben castellano escrito. Supongo que ocurrirá lo mismo en otros centros universitarios. Luego se quejarán de que no encuentran trabajo. Pero lo peor no es el ignorar sino el no tener dudas.
 
El mismo Eduardo Cano me plantea si se debe utilizar el verbo customizar. Es claro que se trata de un neologismo, incluso en inglés. El diccionario de Manuel Alvar (voces de uso actual) recoge customización, como “adaptación a las necesidades del cliente”. Podría valer customizar como la acción de adaptarse a la clientela, pero dejemos que el palabro corra un poco.
 
Un corresponsal, que se esconde ante el nombre comprimido de “pgargon”, me plantea la conveniencia de utilizar la fórmula cuanto menos. La verdad es que ahora se emplea mucho, al igual que su contrario cuanto más. Ya sé que el cuanto más lo utiliza Cervantes, pero hoy resulta entre anacrónico y relamido. El cuanto menos todavía más. Dígase más llanamente “por lo menos” o “con mayor motivo”, pero dejemos el cuanto menos y el cuanto más para periodistas bisoños. Mi corresponsal me apunta otras expresiones parecidas: contra más, entre más, mientras más. A mí particularmente me resultan malsonantes, qué quiere que le diga.
 
Otro comprimido, “gante ros” o “Gumadi” me consulta sobre la conveniencia de la voz “uranista” para designar al homosexual pasivo. En ese caso, me pregunta: “¿cuál sería el correlato para el individuo activo en dicha relación?” Consultados los textos, uranista designa más bien al agente activo o masculino (vulgarmente: el que da) en la relación homosexual entre hombres. El pasivo sería puto (vulgarmente: el que toma). Pero ambos términos son demasiado cultistas, y ¿por qué no decirlo?, un tanto amariconados. El pueblo entiende mejor “bujarrón” para referirse al homosexual masculino que ejerce como tal. Entramos en un submundo en el que difícilmente se pueden mantener voces estrictamente descriptivas (iba a decir “neutras”, pero otro lío). Lo usual es que se contaminen con el sentido despectivo o chusco. Lo siento por los homosexuales, pero así es.
 
José Miguel Sánchez Zorrilla (gracias por identificarse) me pide que aclare el término político radical. Él se pega al origen y se considera radical porque le interesa la raíz, el fundamento de las cosas. Bien, es un sentido, pero no el único ni el más común. Por lo general, el radicalismo político se asocia con las posturas de cambio brusco (en contra de las posturas conservadoras), la defensa de los principios (en contra de la moderación o el realismo). Otra manifestación histórica del radicalismo es la de propugnar reformas progresistas que no siguen estrictamente la línea de los partidos obreros o socialistas. Hay también una “derecha radical” que se aproxima al fascismo, por lo que este tiene de ruptura con el sistema de partidos tradicionales. En resumen, el término “radical” puede significar casi todo, lo que equivale a que en sí mismo no quiera decir casi nada. Es una prueba más de la teoría que aquí sustento tantas veces, que el lenguaje se hizo también para no entenderse.
 
Varias veces hemos hablado aquí de la gracia y las dificultades de los gentilicios. Luis Sánchez Barbero me apunta un gentilicio feliz: el de regiomontanos para designar a los habitantes de Monterrey. En ese caso, me dice, “¿podrían ser regiociudadanos los de Ciudad Real?” ¿Por qué no? Todo es cuestión de proponérselo.
 
 
 

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