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Alberto Recarte

El PSOE de 1982 y el de 2004

El socialismo real ha desaparecido en todo el mundo, excepto en algunos países que viven, por esta causa, en la miseria, como Cuba y Corea del Norte. Este hecho, unido al fracaso de las políticas keynesianas, con su intento de manejar la demanda global de la economía utilizando como herramienta básica el gasto público, han situado a los partidos socialistas de los países democráticos –incluso a los que habían renunciado formalmente al marxismo, como el PSOE– en una situación de incertidumbre respecto a su política económica, lo cual provoca los planteamientos más dispares posibles entre los dirigentes de esas organizaciones, sobre todo si alcanzan el poder.
 
El PSOE de 1982 creía tener claras las ideas. Pero inmediatamente surgió la diferencia entre los planteamientos de Boyer y lo que pretendía el resto del equipo gubernamental. Boyer tuvo que gestionar la tremenda crisis de principios de los ochenta –con el cercano ejemplo del fracaso de la política económica socialista que impuso Maurois en Francia en el primer gobierno de Miterrand. Con la ayuda de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Boyer puso las bases para la recuperación de la segunda parte de los ochenta, muy impulsada, además, por la caída de los precios del petróleo que, a partir de 1986, nos devolvió la capacidad de financiación y de crecimiento que nos había quitado la subida de los diez años anteriores. Pero, una vez saneadas las cuentas, comenzaron los conflictos ideológicos, la rebelión de los sindicatos –que pretendieron controlar toda la economía–, las ambiciones de Solchaga, el despilfarro, la incompetencia del Banco de España de la época y, por si fuera poco, se extendió la corrupción, se hicieron públicos los crímenes de estado y todo ello desembocó en una terrible crisis económica, que situó el paro en el 24,5% de la población activa en 1994.
 
El PSOE de 2004 tiene las ideas mucho menos claras que el de 1982 y, además, se ha hecho nacionalista, en la medida en que depende de ERC, de Izquierda Unida y del propio PSC. El resultado va a ser una confusión mayor y más rápida de lo que los más pesimistas habían previsto, pues Zapatero ya ha comenzado a hablar de economía, y lo primero que ha hecho es llevar la contraria a Solbes, cosa que jamás hizo Felipe González con Boyer ni con Solchaga, en relación con una posible reforma fiscal, tema en el que hay tres posturas diferentes: la de Solbes, la del partido –representado por Jordi Sevilla– y la de Miguel Sebastián, que es, en principio, la que figura en el programa electoral. Y nos falta lo más importante, saber qué quiere Zapatero, que, oh sorpresa, quizá incluso sea diferente de lo que quiere su vicepresidente económico.
 
La precariedad de Solbes ha quedado patente la semana pasada, cuando ha tenido que cambiar la ley de estabilidad presupuestaria, lo que permite déficits a la carta para las distintas autonomías, aunque en este momento no está clara ni la cuantía del exceso permitido, ni si hay negociación previa, ni si se exige plan de reequilibrio. Otro pequeño gran galimatías.
 

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