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José García Domínguez

El epitafio de Joaquín Costa

El epitafio de Joaquín Costa, primero entre nosotros en entender que el gran problema de España es el agua, reza un lacónico “No legisló”. Demasiado conceptista para los gustos contemporáneos, tan volcados al repudio de lo clásico y la ignorancia del epigrama. Inimaginable que, por ejemplo, Cristina Narbona piense en una frase similar para que algún día un trozo de mármol intente rescatarla del olvido. No, lo más probable es que se le ocurra algo del siguiente tenor: “Ni escuela, ni despensa. Pero, eso sí, siete llaves al proyecto de trasvase del Ebro que diseñara el compañero Pepe Borrell”.  
 
Aquí, llevábamos cerca de medio siglo haciendo todos mucha coña de la obsesión de Franco con el agua y los pantanos. Hasta que Maragall ha contado su último chiste de aguas mayores, el de las desaladoras. Pero éste sólo le hace gracia a él y a Carod Rovira; ni los de CiU se han reído. Y es que  Pujol, que si fuese tonto no habría gobernado todo el tiempo que le dio la gana, nunca se creyó el cuento chino de las desaladoras. Menos demagogo que sus herederos, era partidario de hacer un trasvase, pero con agua francesa del Ródano. Porque sabe que si el problema de España es el agua, el gran escollo para deconstruirla algún día también será el agua.
 
Lo que vertebra de un modo irreversible a los territorios son las grandes infraestructuras compartidas, las del tipo que representaba el Plan Hidrológico Nacional. Por eso, alguien como Borrel no albergó ningún reparo al intentar ponerlo en marcha. Y por idéntico motivo los nacionalistas se declararon radicalmente en contra de la idea desde el principio. Los primeros, los del PSC que han impuesto a Rodríguez regar con sal las huertas de Valencia y  Murcia. Fue el peaje innegociable a cambio auparlo a la Presidencia del Gobierno.
 
Para entender la desazón que provocaba en los secesionistas la posibilidad de que la llave del grifo de “su” agua sólo estuviera al alcance de otras manos, basta repasar lo que enseñan los textos escolares que editan. Sus hijos (y los del prójimo que no tenga forma de eludirlos) aprenden en ellos que fue un drama colosal la arribada de Felipe V con su proyecto demoníaco de acabar con la Edad Media e intentar dotar de un Estado moderno a España. Pero cuando tienen que explicar que el en siglo XIX se eligió la estructura radial al implantar la red ferroviaria, las lágrimas de desolación de los autores directamente salpican a los niños que están obligados a leerlos. De ningún modo podrían ellos auspiciar una nueva traba similar.
 
La razón de que Joaquín Costa nunca escribiera en el BOE fue que sabía que únicamente podría haberlo hecho al dictado de terceros. La misma  explica que entre los centenares de páginas dedicadas al problema hidráulico nacional jamás hiciese referencia a alguna peregrina “nueva cultura del agua”. Eran otros los tiempos, otros los espíritus y otros los talantes. No hubiera soportado la expectativa de ser recordado por una lápida que informase: “Fue un pobre hombre”.   

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