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Pablo Molina

Manía constitutoria

Si algo han dejado meridianamente claro las recientes elecciones al Parlamento Europeo, con sus peculiares porcentajes de participación, es que el proyecto de unión política europea se debe mucho más al empeño de las élites políticas y burocráticas que al entusiasmo de los ciudadanos. Se trata tal vez de otra «revolución desde arriba», de incierto final como suele suceder en estos casos, que además es vista en algunos ámbitos más como una operación para garantizar la hegemonía decisoria a Francia y Alemania que como un sincero paso adelante para la unión política de Europa. Uno de los grandes escritores políticos del siglo pasado llamó “manía constitutoria” a la obsesión por diseñar sociedades desde el punto de vista de Sirio, es decir, fabricando una constitución aunque no exista un pueblo homogéneo al que aplicarla.
 
Desde esta perspectiva no es raro que en los países más euroescépticos empiecen a oírse voces críticas sobre la nueva Constitución Europea, como la de la acreditada institución londinense «Civitas», que en breve publicará un análisis nada tranquilizador para los ciudadanos de aquél país, acerca de los costes financieros de su pertenencia a la UE.
 
“Indagando en las más diversas fuentes oficiales y usando la mayor de las cautelas, los costes netos por la pertenencia a la Unión Europea son agrupados en cinco áreas: Regulaciones de la UE, la Política Agraria Común, los pagos netos a las instituciones de la UE, el mercado único y la inversión interior. (...) Si Gran Bretaña abandonara la Unión Europea no habría una pérdida neta de puestos de trabajo o de volumen comercial. Además, podríamos ahorrarnos casi 20.000 millones de libras al año, y posiblemente mucho más.”
 
A la vista de estos datos, el Primer Ministro Británico declaró a la BBC que “él no iba a apresurarse en convocar un referéndum sobre la constitución europea, afirmando también que los partidos de la oposición exigen una votación rápida porque temen que sus mitos quedarían en evidencia tras un largo debate. Dejar la UE sería una tontería, remató.”
 
Para el líder del antieuropeo UKIP (United Kingdom Independence Party), sin embargo, la futura unión política “es el principio del fin de Gran Bretaña como estado-nación autogobernado. Por su parte, el Ministro de Asuntos Exteriores en la sombra y vicelíder del partido conservador, que pedirá la abstención en el referendum sobre la Constitución, afirma que el tratado es altamente dañino para los intereses de Gran Bretaña.”
 
Incluso en la archieuropea Francia, aunque se felicitan por el feliz acuerdo al que han llegado los países miembros sobre la nueva Constitución, reconocen que siguen habiendo importantes escollos... “No obstante, este resultado positivo no borra el fracaso de los 25 para elegir un nuevo presidente para la Comisión Europea —que sucederá a Romano Prodi en pocos meses. Este contratiempo no sólo empaña el éxito del acuerdo sobre la Constitución, sino que enfatiza la profunda división que ya fue exhibida durante el debate constitucional. La UE con veinticinco miembros está extremadamente desunida y su capacidad de acción está gravemente comprometida.”
 
Nuestro Presidente del Gobierno se declaró dispuesto desde el principio a sacar adelante la Constitución Europea. Cuenta para ello con el mejor diplomático de occidente; Moratinos, nuestro Metternich. El discurso de su partido en las recientes elecciones europeas, así mismo, ha tenido como hilo conductor la necesidad de desbloquear negociaciones y avanzar en la construcción europea a cualquier coste, olvidando que su primer deber como partido en el poder es hacia los ciudadanos de su país, cuyos intereses sí está obligado a defender “cueste lo que cueste”. Quizá los españoles se lo recordemos con nuestro voto en el anunciado referéndum sobre la nueva Constitución, documento que en realidad no deja de ser un tratado internacional. Como quiera que la política es retórica y la lucha fundamental es la de los conceptos, quien habla deconstitucióne impone este uso ya ha vencido.

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