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Carlos Semprún Maura

El entierro de la sardina

Este martes 29, el Parlamento aprobaba el cambio de estatuto de EDF y GDF (electricidad y gas), pasando de monopolio estatal a sociedad anónima, pero en esta apertura del capital, el estado seguirá siendo propietario del 70% de las acciones. Los contratos blindados de los funcionarios de ambas empresas no cambian, mantienen sus privilegios. Pero da lo mismo, los sindicatos protestan, y en primer lugar el sindicato comunista CGT, que había conseguido convertir a esas empresas estatales en sus feudos, con sus cajas negras que subvencionaban ilegalmente un Partido Comunista Francés enclenque y de capa caída. También siguen chupando del bote en la Educación Nacional, y en lo que aún queda, que es bastante, del sector estatal, incluyendo a la radiotelevisión.
 
Mientras se vota en el Parlamento, se protesta en la calle, ninguna novedad, y ni siquiera escándalo, algo muy visto y aburrido sino se hubieran introducido unos métodos de lucha francamente peligrosos: los cortes de electricidad. Inmovilizan, por sorpresa, estaciones de ferrocarril, líneas de metro, aeropuertos, barriadas enteras, etcétera. Y no lo ocultan, lo reivindican, lo anuncian, afirman que seguirán actuando así, para salvar el socialismo francés y su capitalismo de estado (ya que no se trata de otra cosa). Pero que se paralicen los aviones, los trenes, los metros, los ascensores, los semáforos y la actividad industrial, no sólo crea infinitas molestias a los usuarios, ciudadanos de a pié porque que es milagro que aun no se hayan producido accidentes, incluso mortales. El Gobierno no hace nada. Claro que en una democracia el derecho de huelga y manifestación son archireconocidos, pero no los sabotajes, y de eso se trata. El gobierno no se atreve a actuar contra unos sindicatos que representan, todos juntos, el 9% de los asalariados, incluso cuando realizan acciones ilegales.
 
Para entender todas estas protestas, manifestaciones, huelgas y hasta sabotajes, hay que saber que amplios sectores de la sociedad francesa, y no sólo de izquierda, sigue siendo soviética y cuando se ven enfrentados a la realidad, o sea a la catástrofe humana, con sus millones de muertos, cultural, económica, y hasta militar de la URSS y demás países comunistas, responden: “¡Claro! ¡Si son cosacos! (o mongoles) ¿Cómo podrían realizar el socialismo esos bárbaros?”. Pero ellos, bretones o normandos, si que hubieran podido, a condición de salvar el capitalismo de estado francés, y como está en peligro, como el “liberalismo” avanza, se manifiestan y sabotean. Pero es el entierro de la sardina.
 
Otras reformas se están debatiendo en el Parlamento estos mismos días, como la de la Seguridad Social, y el peso pesado, debido a sus pérdidas, del seguro de enfermedad. Ocurrirá lo mismo: la situación es grave, las reformas malas, por ser demasiado timoratas, pero la oposición de izquierdas saldrá a la calle, exigiendo que nada cambie, que el barco se hunda con dignidad. ¿Hace cuantos siglos que la izquierda ha dejado de ser reformista en Francia?

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