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La foto de las Azores atenuó la imagen de unilateralismo de Bush ante el mundo. Pero, sobre todo, ante la opinión pública americana, que descontaba al Reino Unido como aliado. Mientras la superpotencia iba haciendo comprender a Francia y Alemania la lógica del poder, lo limitado de su capacidad de presión y la inevitabilidad de la bendición final de la ONU, España tuvo la oportunidad de multiplicar su peso en el escenario mundial y la aprovechó. En términos estratégicos, España jugó sus cartas con inteligencia, obteniendo la neutralización de la amenaza marroquí y la intensificación de la colaboración en la lucha contra el terrorismo interno.
 
Aznar nunca explicó claramente sus motivos a la ciudadanía. Creyó que el apoyo a EEUU debía justificarse únicamente en los términos de la coalición. Trampa de humo, porque, ¿qué problema había en sumar el argumentario propio al internacional?
 
Si las elecciones generales se hubieran celebrado cuatro meses más tarde, el elector habría visto a Chirac y a Schroeder reconciliarse con Bush y a la ONU legitimar el último tramo del plan estadounidense. Pero no fue así, y no volveremos sobre el modo en que la dirección socialista y su orquesta mediática interpretaron la patética iraquí, o sinfonía de la demagogia. Ni recordaremos la oportuna “desaparición” de tantos ministros populares. ¿Esperaba Aznar que las masas leyeran a Robert Kagan? ¿Confiaba en que una decena de columnistas, por propia convicción, haría la suficiente labor pedagógica?
 
Errores de comunicación aparte, de aquella posición de ventaja estratégica española no queda nada porque el PSOE tenía que llegar al poder como fuera, y ese como fuera incluyó nuestra conversión en triste satélite de Francia y la pérdida de cualquier influencia en la Casa Blanca.
 
Con su visión lineal del mundo, Zapatero cree en esta doble solución: subvencionando el Islam apacigua a los asesinos fundamentalistas; reforzando la presencia en Afganistán se borran los agravios a Bush. Nada más falso. Lo primero será interpretado por los interesados como una debilidad que les reafirma. Lo segundo es imposible porque lo que Bush necesitaba de España, y Aznar le dio, era apoyo político, no militar. Era la imagen de multilateralismo que la ONU le negaba. Las tropas españolas hicieron su papel, pero nadie ha creído nunca que su presencia inclinara ninguna balanza.
 
Así las cosas, lo menos malo que puede hacer Zapatero es olvidarse de Afganistán. Nadie va a agradecerle que ponga en peligro a nuestras tropas. Estar o no allí nada cambia, salvo el riesgo. Por lo tanto, no hay que ir. Hace un año España se planteaba si quería estar en primera o en segunda fila. Escogió la primera. Hoy se plantea si quiere estar en la penúltima o en la última. Inútilmente, sin ninguna beneficio a la vista, el gobierno arriesgará la vida de mil soldados. No debemos tolerarlo. ¡No a la guerra!
 

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