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Ignacio Villa

La humildad del soberbio

El Congreso Federal del PSOE nos ha dejado a un Rodríguez Zapatero que nada tiene que ver con aquel secretario general socialista, recién llegado, que decía a los cuatro vientos: "el poder no me va a cambiar". Han pasado dos meses y medio desde la investidura, y poco menos de cuatro meses desde las elecciones generales, y desde luego el cónclave socialista ha dejado muy claro que Zapatero ya no es él que decía ser. Zapatero se ha imbuido, con una rapidez imprevista, en el propio poder. Ha ofrecido algunos rasgos, gestos y modos de una prepotencia llamativa. El líder socialista que quiso construir su discurso político sobre la humildad se lo ha llevado la corriente de la soberbia, a una velocidad de vértigo. ¡Quién le ha visto y quién le ve!.

Además, hay que añadir que sí la llegada de Zapatero a la Presidencia del Gobierno hubiera estado acompañada por una larga lista de aciertos se podría entender ese cambio repentino. Pero es que Zapatero no ha encontrado más que tropezones, contradicciones y errores en un Ejecutivo flojo, desequilibrado, desorientado y sin coordinación. Y a pesar de todo, el responsable del Gobierno, lejos de rectificar, está cada vez más enrocado en su prepotencia. Lo que parece evidente es que esa actitud no le puede beneficiar en absoluto. No es bueno para su labor de Gobierno, no puede ser bueno tampoco para su liderazgo en el partido. Con este triunfalismo Zapatero ha comenzado –¡qué pronto!– a cerrar los ojos a la realidad.

Zapatero sale del Congreso socialista aparentemente aclamado por los suyos, pero detrás de ese apoyo los verdaderos problemas no se han resuelto. El PSOE de Zapatero sigue abierto en canal en el capítulo territorial. Refugiado en los socialistas catalanes, el secretario general se encuentra en un callejón sin salida. Anclado en un espíritu de propia supervivencia el líder socialista sabe, de sobra, que su situación interna es un puro equilibrio que en cualquier momento se puede desmoronar. Zapatero es aplaudido por los suyos, pero es un aplauso tan efectista como su propia política. Al presidente del Gobierno le ha cambiado el poder en un tiempo record, pero él no ha conseguido cambiar las grandes fisuras internas. Y encima llegó la soberbia. Un peligro.

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