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Juan Carlos Girauta

Otra vez la misma historia

Es falso que la realidad supere a la ficción. La metedura de pata del portero, o gerente de fincas urbanas, que ha estrenado la comisión del 11 M bastaría para cerrar definitivamente el libro, si esto fuera una novela, y exclamar: ¡nadie puede ser tan necio! La literatura exige, como es sabido, que se mantenga en suspenso la incredulidad del lector. En esta novela, el requisito se habría pulverizado con la escena que sigue:
 
-  ¿Ha hablado con algún político antes de prestar su testimonio?
 
Garrudo tragó saliva, sostuvo la mirada de Martínez Pujalte y procesó la pregunta, para la que ciertamente no estaba preparado. Con un quiebro de voz que sólo él percibió, logró emitir una respuesta desconcertante:
 
- Ni directa ni indirectamente. Afortunadamente. Bueno, no tengo nada contra los políticos. - “Cállate ya, besugo”, musitaba entre dientes su reciente interlocutor- Me llamó una señorita.
 
Cuando el portero abandonaba la sala tratando de imprimir seguridad a sus movimientos, Gil Lázaro le tendió la mano.
 
- Gracias, señor Garrudo. Soy el vicepresidente...
 
- Ah, sí, hombre, el señor Martínez Sanjuán, el que me llamó...
 
Sólo un lector de menos de doce años aceptaría que este error a lo Peter Sellers en La Pantera Rosa abriera paso al descubrimiento público de que los socialistas habían tocado a un testigo. Un testigo clave, citado por ellos para que abriera las declaraciones. Pero es la vida, no la ficción. La vida pública bajo un gobierno socialista. Es una realidad de tintes familiares para quienes no hemos olvidado la torpeza que solía acompañar las fechorías del felipismo. En España, torpeza sumada a fechoría política es una receta de sabor inequívoco y autoría indubitada.
 
¿Querían sembrar dudas con el horario de las cintas coránicas? Pues les ha salido el tiro por la culata. ¿Trataban de atemorizar a Rafá Zouheir usando a la Guardia Civil, con su vaga astronomía de pistolas inconcretas? Pues de apagar sus verdes luces, que viene la benemérita, nasti de plasti, porque Rafá no procede de la ciudad de los gitanos ni del Romancero de Lorca, sino de los círculos infernales de los confis, del moruno conocimiento de los resortes de nuestra democracia, y, de ser cierta la visita de los picoletos, sabe perfectamente que su mejor salida es denunciarla.
 
La sola idea de tener que asistir de nuevo a la historia interminable y cutre de un puñado de felipistas buceando en las cloacas resulta desoladora. Otra vez lo mismo. Qué cruz.

En España

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