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Fallos de inteligencia y fallos de intelección

En el catálogo de supersticiones y mitos contemporáneos y refinadamente civilizados convendrá incluir en lugar prominente la curiosa creencia de que si los servicios de espionaje hicieran su trabajo como debieran, no habría amenaza imaginable que pudiera permanecer oculta y conseguiríamos la seguridad absoluta, siempre y cuando, claro está, sus respectivos gobiernos profesasen un fe inconmovible en esos organismos y respetasen con religiosa devoción sus conclusiones y recomendaciones.
 
La realidad es que esas capacidades mágicas les son ajenas y muchos éxitos de esos servicios permanecen habitualmente ocultos, precisamente porque son secretos y viven en un mundo tal que a veces ni ellos mismos llegan a darse cuenta de que han desbaratado una siniestra conjura o han podido frustrar un atentado. Los fracasos sin embargo salen a la luz y muchos piden que rueden cabezas, a no ser que sea políticamente más rentable atacar a los gobiernos. Pero la verdad es que en el juego de ocultar y descubrir, esconder y buscar el primer término es muchas veces más fácil que el segundo. Y los gobiernos creen saberlo y abrigan con frecuencia un desconfiado escepticismo respecto a las habilidades de sus funcionarios-espías.
 
La mala racha de la opulenta comunidad de inteligencia americana comenzó en el 98 con su incapacidad para prever las pruebas nucleares indias, se hundió en una nueva sima con las Torres Gemelas y, por increíble que pudiera parecer, siguió precipitándose hacia todavía más profundos abismos con lo guerra de Irak, y no sólo, como suele creerse, con lo referente a las armas de destrucción masiva, pues al fin y al cabo se ha podido demostrar que Sadam nunca renunció a ellas y trataba de conservar su capacidad tecnológica para poder volver a desarrollarlas en el menor plazo posible.
 
Otro fallo de consecuencias no menos desastrosas reside en el absoluto desconocimiento de los planes del aparato sadamista para organizar una resistencia armada por medio de actos terroristas y sembrar el caos a los pocas horas de abandonar el campo de batalla, estimulando los saqueos y destruyendo cientos de toneladas de documentación oficial. Una deficiencia muy grave fue también la ignorancia respecto al estado de deterioro en el que se encontraban las infraestructuras iraquíes, que ha hecho tan costosa y lenta la reconstrucción.
 
Por todo ello, los ímprobos trabajos del panel bipartidista creado por el Comité de inteligencia del Senado americano, que con un staff de varias docenas de especialistas afanándose durante varios meses, lo que han parido es realmente un ratoncillo, lo mismo que la también bipartidista, más voluminosa y todavía mejor dotada comisión para investigar el 11-S y todas las que le han precedido y probablemente las que le seguirán, como la comisión Butler en el Reino Unido, que el próximo miércoles presentará su informe.
 
Naturalmente aportan infinidad de detalles desconocidos, la mayoría de escasa relevancia respecto a las conclusiones verdaderamente interesantes, que resultan ser las que ya se sabían de antemano. Por otro lado puede hacer recomendaciones que siempre vienen bien para la tan necesaria reforma de esos costosos aparatos burocráticos, si no fuera que por un lado se les pide que sean capaces de ver más y más lejos (11-S) y por otro que no sean tan imaginativos y no se pasen (armas de destrucción masiva en Irak). La reforma habrá de hacerse en una dirección o en la otra. Imposible en las dos a la vez. Y tómese la dirección que se tome, nada garantiza que el próximo problema nos pille una vez más en sentido contrario.
 
Como todas las investigaciones serias hasta ahora hechas públicas, a diferencia de los libros escandalosos, o que pretenden serlo, de quienes quieren ajustar cuentas con Bush o Blair, ésta exculpa también a la administración del cargo de manipulación de la inteligencia. Entre los doscientos agentes y directivos interrogados privadamente, ninguno sostuvo tal acusación. Lo que no obsta para que numerosos medios sigan adelante con su batalla política mintiendo en los titulares y reservando la verdad, enteras o a medias, para los poco leídos textos de las crónicas y los artículos. Y el PP sigue estremeciéndose de que se mencione el tema.

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