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Los que pensábamos que vivíamos en un estado aconfesional desde 1978 hemos debido estar en Babia todos estos años. “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”, dice la Constitución. Los principios de libertad religiosa y de separación de la religión y el estado parecían asentados y vigentes. Sin embargo, a tenor de las declaraciones que llueven desde el gobierno, no era así, sino todo lo contrario.
 
“No vamos a pasar a la etapa anterior de hegemonía de una confesión religiosa”, decía la directora de Asuntos Religiosos, Mercedes Rico, en una entrevista con El Mundo, dejando en el aire si se refería al franquismo o a la época de Isabel II y su camarilla de curas y monjas. Y el ministro de Justicia, después de anunciar una política de apoyo al Islam, afirmaba que ninguna religión puede defenderse, se entiende que desde el estado, “como única y verdadera”, lo que conducía a la pregunta: ¿acaso se estaba haciendo eso antes?
 
Entre los doce principios que como doce campanadas tocó Rodríguez Zapatero en la clausura del último Congreso del PSOE figuraba éste: “la sociedad laica”. De la docena de “señas de identidad” del socialismo de los ciudadanos se salvaban pocas. Cuando no de cajón, eran consignas de términos intercambiables, como las que analizó otrora Boris Souvarine. “Una mirada universal por la convivencia” vale tanto como “una convivencia por la mirada universal”, “la cultura como virtud pública” lo mismo que “la virtud de la cultura pública”. Y así. El orden de los factores no altera el producto, porque no hay tal. La fórmula es un juego de palabras sobre el vacío.
 
El socialismo tiene un problema, entre otros: sus antiguas señas de identidad caducaron. Ya sólo puede manifestarse diferente en su afán de trastocar mentalidades y hábitos. El matrimonio de homosexuales, por ejemplo. La cantinela laica. La sociedad laica, por cierto, tampoco quiere decir nada. O mejor que no lo quiera decir. El estado es laico y los individuos que forman la sociedad serán lo que les dé la gana. De lo contrario, el laicismo se vuelve una confesión, como el ateísmo obligatorio de los regímenes comunistas.
 
Julio Camba escribió en la II República que ésta era “una República de hombres muy avanzados que se avergüenzan de España porque España tiene la costumbre de ir a misa”. España ya no va a misa, pero el PSOE ofrece al electorado de izquierdas el señuelo de la lucha contra un presunto y desmesurado poder de la iglesia católica. Y para acabar con tal hegemonía, se propone alimentar a un rival. El cual, por otra serie de conveniencias, ha resultado ser musulmán. No judío ni budista, que no andan en la Guerra Santa ni oprimen a la mujer, sino justamente la que eso hace, además de no reconocer diferencia entre la religión y el estado.
 
“España camina hacia el pluralismo religioso”, dijo el ministro. Como si acabáramos de instituir la libertad de cultos. Pedagógicos que se dicen, hay que esperar programas de adoctrinamiento. Confiemos en que no corran a cargo del canal de televisión deHezbolá.

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