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Jorge Vilches

La nueva Era socialista

Se engañan los que acusan al PSOE de no tener un proyecto político y que, como consecuencia, se ciñen al populismo naif, al talante y al diálogo. Tienen, por el contrario, un proyecto bien claro: abrir una etapa de dominio casi exclusivo, mediante un plan de gobierno abierto y la cercanía a los partidos nacionalistas. Por esto hablan de una nueva Era. El problema no es el objetivo –aferrarse al poder es legítimo- sino los medios; es decir, el populismo, el cuestionamiento territorial y el ataque constante al PP no parecen los mejores elementos para el buen gobierno democrático.
 
El programa abierto permite la inclusión de proposiciones de grupos minoritarios que, a pesar de su pequeña dimensión, tienen un gran eco local o en los medios de comunicación. Así se entiende la aceptación de los postulados de los grupos gays o ecologistas. Esto le asegura el aplauso de aquellos y la imagen de Gobierno inclusivo, sensible a las minorías. Poco importa que estas cuestiones no preocupen en absoluto a la mayoría de los españoles. El programa abierto es una buena muestra de cómo convertir un defecto, provocado por la sorpresa de su victoria electoral, en un instrumento de poder.
 
La separación del PP en la cuestión territorial también responde a su modelo de exclusividad del poder. Los partidos nacionalistas son imprescindibles para el gobierno de sus autonomías, pero también a nivel nacional. Funcionan como organizaciones muleta, capaces de sostener al Ejecutivo a pesar de tener un reducido grupo de parlamentarios. La colaboración en las autonomías proporciona al electorado una sensación de que el PSOE tiene “poder”, lo que siempre da cierto rédito electoral. Por otro lado, involucrar a los nacionalistas en la política nacional permite difuminar un tanto la responsabilidad de las acciones de gobierno, y presentarlas como resultado del diálogo y el talante.
 
La estrategia del PSOE comprende también acabar con el patrimonio político del PP. Los logros económicos de la etapa popular se niegan, los éxitos antiterroristas se desvalorizan, y la honradez de sus ministros se cuestiona. Los socialistas buscan caracterizar las ideas, los hechos y a los populares con dos constantes: el error y la mentira. El mensaje, en definitiva, es que el PP ha engañado a la ciudadanía, y esto les ha hecho perder el poder.
 
Al conjunto se une la construcción de la imagen del líder. Los asesores norteamericanos le señalaron a Blanco la conveniencia de resaltar en Zapatero las cualidades que la opinión española creía percibir en él. De esta manera, ZP repite los eslóganes del programa de cercanía al pueblo, manteniéndose por encima de las mundanas discusiones intrapartidistas. Aparece entonces como algo más que un hombre de Estado; es un ser benéfico para los españoles que, con un discurso asentado en la voz de la ciudadanía, el buen talante y el diálogo ha removido las conciencias, e iniciado una nueva época en la política nacional e internacional. En consecuencia, la descoordinación gubernamental, los errores y los fracasos se achacarán a los ministros, nunca al presidente, ni a un partido que se abroga el papel de cauce de la expresión popular. Les es indiferente que el discurso sobre partidos que se convierten en altavoz casi único del pueblo entrañe un concepto del gobierno representativo superado en las democracias liberales.
 
Así, ahora, Zapatero ha pedido a los socialistas que no hagan propaganda en la reflexión sobre los cien días de gobierno. Pero él ya la está haciendo, porque, en definitiva, la democracia es un gobierno de opinión pública, y gobernar la opinión asegura el poder.

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