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José García Domínguez

O de cómo el ministro Alonso pasará a la Historia

Hasta que la deposición del ministro del Interior cerró los trabajos de la Comisión del 11-M, Carl Gauss, un matemático alemán del siglo XVIII, era tenido por uno de los mayores genios que hubiera producido la Humanidad. Aquel hijo de un albañil analfabeto inició su camino hacia la inmortalidad contando siete añitos. Fue el día que su maestro lo castigó con un ejercicio tedioso: calcular la suma de los cien primeros números. El pequeño Carl sólo necesitó unos segundos para escribir el resultado en su pizarrín: 5.050. En menos de un minuto, el niño había descubierto por sí mismo el algoritmo de la suma de los términos de una progresión aritmética. A partir de aquel instante, su prestigio no había dejado de crecer a lo largo de tres siglos. Pero no se puede engañar a todo el mundo, durante todo el tiempo. Porque Gauss fue un farsante. Y la gloria de desenmascararlo, para orgullo de todos, ha correspondido a un español: el tribuno José Antonio Alonso.
 
El impostor teutón ganará planetaria celebridad entre los cándidos gracias a un astuto fraude matemático: la llamada ley Normal, más conocida por campana de Gauss. Antes de ser refutada el jueves por el impar Alonso, la falacia del rebato había logrado confundir y encandilar a las mentes más preclaras de Occidente. De no ser por el leonés, aún el embuste del tal Gauss seguiría conduciendo a la Ciencia hacia el callejón del error. Pero llegó Alonso a la Comisión y desfizo el entuerto.
 
Sostenía el falaz germano que prácticamente todo lo que en el vasto Universo ocurre responde a la trolera ley de su artificio campanero. Y como el número de los necios es infinito, le creyeron. Quería saber el fabricante qué probabilidad existía de que una pieza resultase defectuosa. Acudía al címbalo. Este le daba un respuesta entre cero y uno, y él feliz. Deseaban los gobiernos estimar el número de accidentes de tráfico durante un puente vacacional. Pues recurrían al timbre del charlatán, y asunto resuelto. Así todos. Hasta que José Antonio se plantó en el Parlamento y rebatió el embeleco en el que tantos simples de todo tiempo y lugar habían caído.

¿Cómo introdujo ese cráneo privilegiado la luz entre tanta oscuridad?: Pues arrancando al falso oráculo tres pruebas irrebatibles de la engañifa de sus pronósticos. “Cero”, respondió el ingenio a la pregunta de qué probabilidad asignaría a que ETA pudiera elegir al azar la calle en la que vive Trashorras para robar un coche-bomba. “Cero”, volvió a replicar al ser interrogado sobre las posibilidades de que ETA y los “moritos” coincidieran el mismo día, en la misma carretera y cargados de similares explosivos. Y “cero”, repitió para acabar de desacreditarse, al serle demandada la probabilidad de que el responsable de queEl Tunecinodejase de ser vigilado por la policía seis días antes de la masacre fuera premiado después con el cargo de comisario general de información. Eso fue suficiente. Y así lo desveló ayer Alonso al mundo: “Ni siquiera un indicio conduce a ETA”. Ergo, Gauss fue uno de los más grandes estafadores de la Historia.

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