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Irán como problema

Irán figuraba en la corta lista de países pertenecientes al eje del mal en el discurso sobre el estado de la unión del presidente Bush a finales de Enero del 2002. Algunas críticas a la intervención en Irak desde ambos extremos del espectro político aducían que Irán debería haber tenido precedencia. Desde uno de los extremos la crítica era perfectamente reversible. Si la presión militar se hubiera dirigido contra Irán, cosa muchísimo más difícil desde muchos puntos de vista, entonces su hubiera denunciado por ser Irak más peligroso.
 
Pero es cierto que Irán no puede dejar de ser una fuente de inquietud. Ciertas esperanzas puestas por la administración Bush en la capacidad de cambio desde el interior se han visto frustradas por la eficacia del control político de los duros del régimen y así los acontecimientos de Irak han producido continuos altibajos en la permanentemente recelosa actitud americana respecto a los ayatolas iraníes.
 
La eliminación de Sadam ha sido un beneficio neto para el gobierno de Teherán. Le ha quitado del medio a un enemigo y le ha producido la satisfacción de un desquite. Pero al mismo tiempo que enormes oportunidades le ha creado un par de graves amenazas.
 
La oportunidad primordial reside en el posible control de su vecino del sur por medio de la mayoría shií local. El derrocamiento del baasismo iraquí significaría, por tanto, no sólo la eliminación de un enemigo encarnizado sino también la extensión de su poder, asegurando a los persas una soñada posición hegemónica en toda el área del golfo.
 
El peligro más visible es el de la instalación militar de Estados Unidos en su misma frontera, en posición de ejercer presión sobre los acontecimientos internos. Eso será una realidad mientras las tropas originariamente ocupantes permanezcan como el soporte del gobierno interino, pero podría además ser una aspiración de Washington respecto al futuro.
 
Hay un segundo peligro más sutil. Los mayoritarios shiíes árabes de Irak, por encima del 60%, no son políticamente homogéneos, pero a pesar de haber estado recibiendo continuo apoyo de sus correligionarios del norte durante los años de hierro del régimen sadamista, entre sus líderes religiosos, empezando por el más importante, el gran Ayatola Sistani, persa de origen, predomina una concepción del Islam que deja a los clérigos fuera del ejercicio directo del poder, con un papel de orientadores morales y doctrinales, en clara discrepancia con la concepción jomeinista que la revolución islámica impuso en Teherán.
 
Si estas posiciones y la evolución general del país condujesen a algo parecido a una democracia en Irak, el ejemplo podría ser devastador para el poder de los ayatolas, ya sometido a una enorme erosión en su popularidad interna.
 
Nada pues de lo que suceda en Irak les es ajeno y ni por asomo cabe suponer que estén contemplando los acontecimientos de brazos cruzados.
 
Una de las bazas cruciales que ponen en juego es la nuclear, precisamente uno de los elementos que propiciaron su inclusión en el pequeño pelotón del eje del mal. De momento lo que está pasando en ese terreno pertenece más al campo de la maniobra política que al de las realidades inminentes. Los ayatolas quieren su parte del pastel iraquí y consideran que la que les corresponde ha de ser bien grande. Están embarcados en un juego realmente peligroso.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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