Menú
Lucrecio

La retórica y la desvergüenza

Un malestar difuso me desazona, cada vez que Gibraltar retorna en la lengua de trapo de nuestros políticos. Ha sido así desde que tengo memoria. Sin apenas matiz diferencial entre la litúrgica invocación de los diversos ministros de la dictadura y la, no menos litúrgica, que ha sido de uso en los últimos treinta años.
 
Hay lógica en esa continuidad. Lejos de mi intención negar tal evidencia. Gibraltar se ajusta, como un guante, al modelo –magistralmente teorizado por Carl Schmitt— de la amenaza exterior frente a la cual logra dotarse un Estado del más intenso grado de identificación de sus ciudadanos. El patriotismo, todos los sabemos, no existe más que como categoría negativa frente a la amenaza externa: y es ese “exterior” lo que define la interioridad de lo idéntico. La existencia de un territorio inmemorialmente amputado a la geografía nacional –y sin perspectivas verosímiles de reparación— es un factor de cohesión extraordinario. No es imaginable poder político que, en ninguna latitud, renunciara a su uso sistemático. Al menos, desde que la última década del siglo XVIII pone las mitologías de la identidad nacional en el primer plano de la determinación política.
 
La desazón no viene pues de ese uso: tan materialmente determinado como las tormentas de verano. La desazón viene de la deliberada voluntad de aislar la proclama retórica de cualquier vía de incidencia material sobre el problema.
 
Porque, además de una mitología de identificación nacional, Gibraltar es un problema. Y, tras la constitución de la Unión Europea, un problema cuya resolución, en términos de construcción de las mitologías específicamente europeas viene, a ser por lo menos tan indispensable cuanto lo es para la resolución de las españolas.
 
La mitología central de la Europa de la UE es la de un mercado único y transparente, soportado sobre una moneda única y un solo espacio financiero. Se apunta, de tal modo, al esbozo de las condiciones materiales que soportarían la erección, a medio plazo, del sistema de mitologías y representaciones de identidad tendentes a construir Europa como nación. Los primeros esbozos de constitución en curso, tras sus simplezas, y aun sus disparates, apuntan transparentemente a eso: entre otras cosas, porque, dados ya los pasos de la destrucción de las monedas nacionales y de la transferencia de sectores básicos del poder político de los respectivos Estados a Bruselas, no queda ya más opción que completar el proceso o bien despeñarse en las más grave crisis que haya vivido la Europa moderna.
 
Ahora bien, esa mitología tiene un punto de desmentido brutal. Casi increíble en la tosquedad de su transparencia: la pervivencia, en el seno de ese supuesto espacio monetario y financiero único, de agujeros de opacidad fiscal absoluta, “paraísos” –infiernos, sería más correcto llamarlos— fiscales, en los cuales los flujos de dinero europeos se sumergen para pasar a ser por completo incontrolables. Jersey, Man…, Gibraltar por supuesto. Pero también Luxemburgo, socio fundador del invento. ¿Qué flujos de dinero corran por esas mastodónticas alcantarillas, no es difícil atisbarlo: sólo la inmensa masa de capital proveniente de las actividades en mayor o menor medida delictivas –tráficos múltiples, en particular— explica el escalofriante ato de que nadie –nadie— en la UE se plantee siquiera hacer desaparecer esas aberraciones económicas – de moral no hablo—, que desmienten a voces las proclamas europeístas.
 
La desvergüenza con que el ministro Desatinos planteaba anteayer, no la desaparición del cáncer económico que es Gibraltar (esa inmensa lavadora de dinero del narcotráfico), sino la extensión de lo que él llama sus excedentes “situacionales” al conjunto del Campo de Gibraltar, no es sino la variante más bestialmente cínica de esa general poca vergüenza de los políticos europeos.
 
Aplicada la ley fundacional de la economía europea, la unidad fiscal y la transparencia de flujos monetarios en la UE, Gibraltar se extinguiría en bastante menos de una década. Esa es la realidad que todo el mundo conoce. Pero es más rentable tratar de chupar del chollo que cortar limpiamente ese foco –no único— de masiva delincuencia económica en la UE.
 
A fin de cuentas, en vez de gimotear acerca de la presencia de ministro británicos en el peñón, ¿no sería más rentable publicar la lista completa de las empresas españolas que operan a través de esas tenebrosas mediaciones fiscales gibraltareñas? Por lo menos, sería más divertido.

En España

    0
    comentarios