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Amando de Miguel

Las otras lenguas de España

Me cuenta que en la escuela pública a la que acude su hija menor “el castellano es enseñado como lengua extranjera”.

Ricardo Segura (Castellón de la Plana) se disgusta al ver escrito garage con ge. Es un galicismo. En ese caso se conserva la grafía original, como menage. Es mejor pasar a la castellanización del sonido y de la escritura: garaje o menaje. Lo hicimos con chófer, fútbol y tantas otras palabras. Por la misma razón, decimos Burdeos o Londres. Precisamente, don Ricardo se lamenta de que ese proceso se haya invertido con las nuevas denominaciones, en castellano, de Lleida, A Coruña, Donosti, etc. No se preocupe. En el pecado llevan la penitencia. Cuando insisten en que ciertos topónimos no se traduzcan, implícitamente se reconoce que eso es así porque son lenguas de segunda, subordinadas, étnicas. En cambio, muchos topónimos usuales de las lenguas de primera, centrales, de comunicación internacional, se dejan traducir, como Nueva York o Aquisgrán. El empeño en que digamos Lleida, A Coruña o Donosti equivale a reconocer que las otras lenguas de España son de segunda, subordinadas o étnicas. Es lo contrario de lo que se proponen sus defensores, pero así son las leyes léxicas. Las leyes están por encima de la voluntad de las personas. Así pues, los castellanoparlantes estamos encantados de que en Cataluña escriban Saragossa o los ingleses digan Seville. Esa es una buena señal de la vitalidad del castellano.
 
José Luis Luri Prieto me dice que ha buscado la palabra “zulo” en los diccionarios sin ningún éxito. Ciertamente, el DRAE no lo recoge, pero sí el de Manuel Seco y colaboradores. Está en el habla corriente. En vascuence zulo es tanto como agujero. La jerga de los terroristas y de los policías nos ha familiarizado con el uso de zulo. Se trata de un agujero o escondite donde los terroristas guardan sus armas u otros materiales para sus fechorías. Puesto que casi todos los terroristas españoles del último medio siglo han sido vascos, es lógica esa importación. Y no me digan la sinsorgada de que “no todos los vascos son terroristas”.
 
Tendría que acoger aquí a toda una subsección sobre Cataluña y sus tribulaciones lingüísticas. Arturo López pertenece a un hogar bilingüe de Barcelona. Me cuenta que en la escuela pública a la que acude su hija menor “el castellano es enseñado como lengua extranjera”. Se le ocurrió pedir el informe escolar de la niña en castellano para que lo leyeran sus abuelas, gallega y argentina respectivamente. Negativa. “No les está permitido fue la respuesta”. Otro detalle. En ese hogar son socios del Zoo de Barcelona. Todo lo que les llega de esa entidad esta solo en catalán, excepto los recibos que son bilingües. Don Arturo solicitó que también fuera bilingüe la información que le fueran a enviar del Zoo. “Ninguna respuesta. Ni correo, ni explicación. Nada”. Esto es lo que hay.
 
Jaime Flores me envía un recorte de Metro Digital  el periódico gratuito de Barcelona. J. García Fernández escribe una carta con el título “Yo también quiero una oficina”. Se refiere a que la Generalidad de Cataluña ha abierto cinco nuevas oficinas “para atender de forma amable y personalizada a aquellos que denuncien la no utilización del catalán”. El plan cuesta 500 millones de pesetas (que habré que traducir a euros). El autor de la carta solicita “a qué oficina puedo dirigirme” para protestar de que no se le atienda en castellano en los centros públicos de Barcelona.
 
Javier Bardavío Ara me pregunta por los datos que pueda haber sobre el éxodo de profesionales de Cataluña por razón de la intemperancia lingüística. Desde luego, no hay datos estadísticos, pero no solo es real lo que se mide. Modestamente, yo he formado parte de ese éxodo y conmigo miles de profesores y otros funcionarios. Aparte están los profesionales que no han querido trasladarse a Cataluña. En conjunto, esa corriente humana ha supuesto una enorme pérdida para Cataluña. De verdad que lo siento.

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