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Juan Carlos Girauta

Jugar con la Historia

Nos quedaríamos boquiabiertos si supiéramos cómo se explica Lepanto en un colegio turco... o cómo se cuenta (cómo no se cuenta) la historia de España en los colegios vascos y catalanes.

Hace tiempo que la historiografía admite, si no alienta, la exhibición de las posiciones ideológicas del historiador. Los hechos que escoge, los que decide abordar con mayor detenimiento, las fuentes y sucesos que considera más significativos y el modo de relacionarlos tienen su necesario negativo, sólo accesible a quienes leen más de un libro sobre una etapa histórica, o a más de un autor, o a autores de diferentes posiciones ideológicas. En el negativo aparecerá de forma diáfana lo que cada autor no ha recogido, lo que ha recorrido superficialmente sin permitir que el lector fije su atención, lo que ha infravalorado, las fuentes que ha ignorado y las relaciones que no ha querido establecer. Todo esto es normal, pero las distorsiones no tienen límite en manos de los nacionalistas de cualquier tipo, y siempre acaban sorprendiéndonos. Nos quedaríamos boquiabiertos si supiéramos cómo se explica Lepanto en un colegio turco... o cómo se cuenta (cómo no se cuenta) la historia de España en los colegios vascos y catalanes.
 
Es lógico que un asturiano se enoje cuando Maragall basa sus pretensiones de reforma constitucional -que son lícitas, aunque inoportunas- en la existencia de una serie de personalidades históricas diferenciadas, la gallega, la catalana, la vasca o incluso la andaluza. ¿Diferenciadas de qué? De todo lo demás, que incluye nada menos que Castilla. O Aragón. O Asturias. Y así el asturiano recuerda lo que todos deberían saber: cómo empezó la reconquista y qué era la Marca Hispánica.
 
Es triste sin embargo que acabemos entregados al juego de Maragall, al juego de las diferencias. La cuestión es hasta dónde se retrotrae cada cual para avalar sus pretensiones, que no tienen nada que ver con la historia o la cultura y sí con los intereses materiales y con el poder. Obviamente. En realidad, Maragall et altri viajan poco en el tiempo; se van hasta la Segunda República. Antes de ayer. El salto del consejero asturiano ha sido de doce siglos. No está mal. Pero Pelayo era un godo; hubo una España unida antes de los reinos peninsulares, que son precisamente la reacción a la pérdida de la nación en manos de los musulmanes. La España visigótica fue una nación independiente que está en el pasado consciente y en la memoria afectiva, por ejemplo, de cualquier barcelonés culto dado el papel de Barcino en la génesis del reino, como está en su memoria el nombre de la asombrosa Gala Placidia.
 
Pero qué tontería. Ya está dicho; todo lo que está sucediendo en esta España de principios del siglo XXI no tiene absolutamente nada que ver con la historia ni con el mejor conocimiento de nosotros mismos. Se trata del poder. Obviamente. Que jueguen ellos, que inventen ellos.

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