Puede que los demócratas venezolanos pierdan el referéndum revocatorio, pero estoy convencido de que esos ciudadanos jamás olvidarán la lección que recibieron de su paisano Carlos Rangel, uno de los liberales iberoamericanos más perspicaces e inteligentes del mundo, para seguir su lucha por la emancipación y la democracia en Venezuela. Su lección fue sencilla: el tercermundismo es una filfa para mantener en el poder a déspotas de izquierda y de derecha. La riqueza y la pobreza de la naciones depende antes de ellas mismas de que factores exógenos. Permítanme que resuma a trompicones sus deliciosa lección, intentando vincular la subida del precio del crudo y el referéndum tercermundista de Venezuela.
La ideología es más dañina que la realidad. El comunismo ha muerto. La Unión Soviética ha desaparecido. Pero la ideología comunista aún pervive en la cabeza vacía de algunos líderes americanos de comienzos del siglo XXI como si estuviéramos en los cincuenta y sesenta. Es un anacronismo. Más aún, es una argucia para culpar a terceros de los males propios, pero resulta imprescindible su conocimiento para comprender la política de la mayoría de los gobiernos actuales de Hispanoamérica. Países como Cuba, Venezuela, Argentina, Brasil y otros no pueden entenderse sin el elemento ideológico fundamental elaborado por la tercera internacional: el tercermundismo. En efecto, los acuerdos de Hobson-Hilferding-Lenin, alcanzados en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista, en 1920, que muy pronto se convirtieron en la guía práctica de la acción revolucionaria en los llamados países del Tercer Mundo durante todo el siglo XX, aún siguen siendo eficaces para mantener en el poder a dictadores y líderes populistas, que sólo piensan en culpar a otros de su ineficacia e irresponsabilidad.
La quintaesencia de la tesis de la Tercera Internacional mantenía que la prosperidad y grandeza de Occidente fueron y siguen siendo robadas al Tercer Mundo. La afirmación estaba dirigida, obviamente, a los países dependientes de las potencias imperialistas europeas. Ni por asomo en esa época podía pensarse que EEUU fuera una primera potencia mundial, y menos todavía los dirigentes de la Internacional Comunista podían considerar a Argentina -más parecida entonces a Canadá o Nueva Zelanda que a Nigeria-, Chile, México, Uruguay o Venezuela como si fuera colonias afroasiáticas de un país europeo... Los dirigentes de la Internacional Comunista podían ser malvados, pero no imbéciles, porque sabían perfectamente que todos los países de Iberoamérica eran occidentales, herederos legítimos, de la civilización occidental europea, tanto como, según mostró magistralmente el citado Rangel, los mismos EEUU. Sin embargo, el fracaso de todas esas naciones tuvo que ser explicado buscando, primero, un chivo expiatorio, España, que nunca tuvo colonias sino Virreinatos; en segundo lugar, desoccidentalizando a toda Latinoamérica, o sea, buscando unos elementos de identidad, casi imposibles de hallar, en el mundo precolombino; y, en tercer lugar, utilizando la ideología mencionada de la Tercera Internacional, el tercermundismo.