Hugo Chávez y sus colaboradores venían preparando el gran pucherazo del domingo pasado desde hacía muchos meses. Nada dejaron a la improvisación y hasta consiguieron que los cándidos observadores de la OEA y del Centro Carter se creyeran que los avanzados sistemas informáticos dispuestos para obtener resultados rápidamente eran una prueba de la "modernidad" del régimen bolivariano. Y fue precisamente gracias a la maquinaria informática (los aparatos "cazahuellas" y demás inventos) que contaron con ocho horas suplementarias para ajustar la suma de votos fraudulentos mientras la gente hacía colas hasta la madrugada en los atestados colegios electorales de todo el país. Hubo quien esperó hasta quince horas para depositar un voto que después se perdió.
Chávez movilizó a sus seguidores tanto para la fiscalización de los colegios –la oposición brilló por su ausencia o simplemente se le impidió participar en el recuento- como para iniciar posteriormente el barullo triunfal: la derrota del "neoliberalismo" (sic) y el imperialismo. La maniobra ha sido tan escandalosa que hasta el nada sospechoso cardenal Castillo Lara calificó el recuento de "gigantesco fraude".
Los datos ofrecidos por el sumiso Centro Nacional Electoral, dos de cuyos miembros han dimitido ya, son tan extravagantes y surrealistas que rozan el disparate: según los datos oficiales, la oposición habría logrado menos votos que el número de firmantes del referéndum revocatorio, que supuestamente eran todos votantes demócratas. Hasta en el engaño y la burla Chávez se pasa.