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Saúl Pérez Lozano

Los avalistas de Chávez

La administración Eisenhower manejó torpemente, hace 45 años, el asunto castrista, y Cuba continúa padeciendo las consecuencias de tal torpeza; parece que la historia se repetirá con un dictador, disfrazado de demócrata, como es Hugo Chávez.

Cuando los que, como el suscrito, oponemos al presidente Chávez y su gobierno alentamos un referendo para revocar el mandato presidencial, lo hicimos para resolver la crisis que consume las energías del país y su gente y lo hunde política, social y económicamente a las más recónditas profundidades, y esta decisión incluía reconocer el resultado, fuera cual fuere, siempre que el gobierno y sus agentes en el Consejo Nacional Electoral (CNE) actuaran pulcramente.
 
No ha sido la conducta de la mayoría oficialista la correspondiente a un árbitro porque desde el mismo momento que asumió sus funciones asomó la oreja. No decirse árbitro y mucho menos ético, un CNE que, apoyado en su mayoría, groseramente dio ventajas al gobierno y violó sus propias disposiciones, dejó correr el tiempo violando los lapsos autoimpuestos a la vez que avalaba los chantajes que el régimen imponía a los empleados públicos, contratistas y a militares con derecho al voto, y recurría a artimañas en una guerra de desgaste para desalentar a la oposición. Un simple referendo entre un sí y un no condenó a los electores a interminables colas o filas por más de 18 horas por hacer de esa consulta popular una maraña complicadísima. Un referendo que debió celebrarse el 19 de agosto de 2003.
 
Bien, a ese CNE, cuyo discutible y sospechoso resultado preliminar del referendo dieron avanzada la madrugada del lunes, cuando la mayoría dormía, lo avalaron los ex presidentes Carter y Gaviria en representación del Centro Carter y la OEA, porque el conteo rápido por ambos realizados coincidía con los del CNE, como es lógico.
 
Unos resultados sin respaldo de auditoría, sin conteo de papeletas, sin la presencia de los representantes de la oposición ni de dos de los cinco rectores electorales. Unos resultados que correspondían a la totalización automatizada, y no es secreto para los que conocen de sistemas o informática la manipulación del software, como ha ido descubriéndose posteriormente.
 
No pocos fuimos sorprendidos por la intempestiva decisión de los señores Gaviria y Carter que, a pesar de estar curtidos en estos menesteres, actuaron con una ligereza inusitada, afirmando, sin investigar, que no hubo fraude y que la oposición tampoco la había denunciado. Los venezolanos no salían de su asombro.
 
Al ver a Gaviria en la pantalla de televisión venían a mi mente las duras denuncias que en su contra hizo Mario Vargas Llosa cuando se le designara secretario general de la OEA. En un enjundioso artículo de prensa lo acusó de complicidad con la dictadura de Fujimori y de que, cuando se discutía en Estados Unidos si el desplome de la dictadura castrocomunista podría traer peores consecuencias que su supervivencia, asintió, y por esa razón la administración Clinton le apoyaba para la secretaría general de la OEA.
 
''De oscuro político liberal ascendió al cielo con la muerte de Luis Carlos Galán... Y por si fuera poco, sin haber concluido el mandato constitucional, es electo para el cargo de mayor importancia de la burocracia dorada de la región: secretario general de la OEA... ¿Se trata de un hombre de paja o de un hábil manipulador político? De voz atiplada, desagradable, sinuoso en el lenguaje, trato sebáceo y sin brillo personal... Es un hombre plástico''. No fue Vargas Llosa quien así se refería de Gaviria, era José Vicente Rangel, hoy vicepresidente de Chávez.
 
Venezuela enfrenta una experiencia parecida a la de Cuba por la posición de unos burócratas de Washington con respecto al presidente Chávez, quien para ellos es garantía de estabilidad frente a una oposición incierta y, lo más importante, garantiza el suministro de petróleo a pesar de sus arteros ataques populistas contra el presidente Bush. También los hombres de negocios estadounidenses repiten el pragmático argumento con Chávez: que avalan un régimen autocrático en lo político y capitalista en lo económico. Nuestras democracias, en fin, son utopías que penden de intereses económicos y geopolíticos sin importar el estilo o tipo de gobierno. Aberrante, pero real. Un abuelo bien intencionado, el ex presidente Carter, está obnubilado por Chávez, un encantador de serpientes que engaña con sus cuentos de abnegado cruzado social, habiendo empobrecido más al pueblo y arruinado la economía del país. Tal vez hoy no recuerde su frase ''No tricks, Mister Chávez'', cuando lo convenció a acceder al referendo revocatorio.
 
Alvaro Vargas Llosa, en un escrito anunció en 2001 su solidaridad con el pueblo venezolano frente a la autocracia chavista y afirmó de la Carta Democrática que ''bastó la primera prueba para que la Carta quedase reducida a papel mojado y sus suscriptores a la condición de tartufos''. Añadimos, luego que Carter y Gaviria se declararan fiadores de Chávez, que la Carta Democrática ni siquiera servirá de papel sanitario. La administración Eisenhower manejó torpemente, hace 45 años, el asunto castrista, y Cuba continúa padeciendo las consecuencias de tal torpeza; parece que la historia se repetirá con un dictador, disfrazado de demócrata, como es Hugo Chávez.
 
¿Cómo evitarlo? Demostrando el escandaloso fraude que se cometió contra un pueblo noble, que lucha en solitario armado solamente con su voto.
 
© AIPE
 
Saúl Pérez Lozano es periodista venezolano, coordinador general editorial del Bloque DEARMAS.

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