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Pablo Molina

La cultura de la horca

debería hacer reflexionar a nuestros bellos espíritus progresistas, plañideras de postín cuando la pena capital la aplica un país democrático a criminales juzgados con todas las garantías procesales de un estado de derecho

El multiculturalismo, elevado a doctrina oficial por los intelectuales sedicentemente progresistas, presupone que cualquier costumbre arraigada en una sociedad, por bárbara que sea, ha de ser respetada en su singularidad como parte de la riqueza cultural del género humano. Se trata de la típica producción del pensamiento débil característico de la izquierda, basado en el relativismo ético -todo y todos somos respetables; no existe la verdad absoluta- que hace tiempo dejó de ser una fase temporal del desarrollo mental adolescente, para elevarse a la categoría de actitud permanente entre los intelectuales adultos y sus estudiantes.
 
En este contexto, el ahorcamiento de una niña musulmana acusada de cometer «actos incompatibles con la castidad», debería hacer reflexionar a nuestros bellos espíritus progresistas, plañideras de postín cuando la pena capital la aplica un país democrático a criminales juzgados con todas las garantías procesales de un estado de derecho, y alegres multiculturalistas cuando se trata de regímenes totalitarios actuando contra ciudadanos que buscan la libertad —caso de Cuba—, o de mujeres acusadas de inobservancia de una norma religiosa como ocurre en las repúblicas islámicas.
«El pasado domingo, 15 de agosto, una joven de 16 años fue ejecutada en la ciudad de Neka, al norte de Irán. Ateqeh Sahaleh fue ahorcada en público en el centro de la ciudad. La sentencia fue dictada por el Jefe del Departamento de Justicia, posteriormente confirmada por la Corte Suprema de Mulás y ejecutada con la aprobación del Jefe Judicial Mahmoud Shahroudi», reza la noticia ofrecida por la web Irán Focus y recogida en multitud de bitácoras.
 
El juez encargado del caso, que haría carrera entre nosotros por el celo demostrado en el respeto del pluralismo cultural, «pidió personalmente para Ateqeh la sentencia de muerte, más allá de los procedimientos normales y finalmente obtuvo la aprobación de la Corte Suprema. Después de su ejecución, Rezai (que así se llama el juez multicultural) dijo que lo que había motivado el castigo de la joven había sido su "lengua afilada"».
 
«Hay que hacer hincapié en que, a pesar de que las leyes penales de la República Islámica de Irán exigen la presencia de un abogado defensor, sin tener en cuenta la capacidad del acusado para permitirse uno propio, la chica permaneció todo el tiempo sin defensa legal. Su infortunado padre, llorando a lágrima viva, recorrió la ciudad pidiendo dinero a la gente para contratar un abogado que, al menos, proporcionara a su hija una línea de defensa». Finalmente, la joven tuvo que defenderse a sí misma ante el tribunal, lo que probablemente no hizo más que agravar su situación dado que las autoridades islámicas, como es sabido, son refractarias a las mujeres de "lengua afilada".
 
El hombre con el que Ateqeh realizó «prácticas contrarias a la castidad», en cambio, recibió en castigo 100 latigazos y a continuación fue puesto en libertad. Una cuestión también interesante para que nuestras ministras de Vogue, feministas y luchadoras por la igualdad entre los sexos, aporten su reflexión al respecto en el Consejo de Ministros, cuando estudien la aprobación de la enseñanza del Islam en la escuela pública española y la cesión gratuita de espacios televisivos para promocionar entre nosotros "la religión de la paz" y el respeto a la mujer. Si sus obligaciones con las revistas de moda se lo permiten, claro.

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