El penúltimo servicio de Carlos Queiroz al Real Madrid consistió en recomendarle a Ferguson que fichara a Solari. Su último servicio ha consistido en afirmar que "los dirigentes deberían meter la mano en la conciencia y pedir perdón por lo que sucedió la temporada pasada". ¿Y qué fue lo que sucedió la temporada pasada?... Muy sencillo: Florentino Pérez quiso darle un nuevo y arriesgado impulso al proyecto que encabezaba hasta ese preciso instante Vicente del Bosque, y, agobiado porque no tenía nada más a su alcance, fichó como primer entrenador a un desconocido a quien avaló Jorge Valdano. Tiene razón, por tanto, Queiroz cuando asegura que los directivos deberían pedir perdón por sus fallos, aunque el ex técnico merengue se estuviera refiriendo a la política de fichajes, mientras que yo siga sosteniendo que la "madre de todos los errores" consistió en apostar por entregarle la plantilla más cara del mundo a un entrenador sin la categoría suficiente para dirigirla.
El caso es que Queiroz parece virulentamente atacado por el "síndrome del ex". Tuvo doce largos meses para hablar, y sin embargo prefirió callarse a la espera de que Zidane y compañía le sacaran las castañas del fuego con su innegable calidad futbolística. La contratación de este hombre sólo fue superada, en cuanto a la sorpresa generalizada que supuso para todos nosotros, por aquella otra del defensa central Spasic, a quien ya dije en otra ocasión que en su día confundieron con un directivo debido a su incipiente calvicie. Alguien se encargó oportunamente de filtrar que a Queiroz le definía, sobre todo, el trabajo con los chavales, y que sería por lo tanto la persona ideal para explotar a los pavones, eje fundamental de la teoría florentiniana. Pero con Queiroz, ni pavones, ni pavos, ni pavoncillos; a quien acabó quemando fue a los galácticos con el consiguiente desplome físico y moral del equipo.