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Juan Carlos Girauta

La resaca

El pujolismo no sólo impulsó y construyó la Cataluña hipersensible, victimista ad nauseam y reivindicativa que conocemos

Hace cosa de un año, en las páginas de la edición catalana de El Mundo apareció un gráfico que reproducía el entramado de sociedades bajo el control de la familia Pujol. Subía del medio centenar, y algunos nombres eran explosivos. Si alguien hubiera podido encontrarle algo así a cualquier otro líder político español, hubiéramos tenido portadas en toda la prensa nacional.
 
Pero si algo distinguió al pujolismo fue la impunidad. La impunidad absoluta. Nacionalistas, socialistas a título individual y grupúsculos independentistas se habían beneficiado de la generosidad de la Banca Catalana de Pujol. Con el PSOE en el poder, y habiendo fanfarroneado Alfonso Guerra con la posibilidad de meter a Pujol en la cárcel, don Jordi convirtió el proceso judicial contra él y otros responsables del banco saqueado en caballo de batalla ideológico y sentimental. Se archivó el caso y Pujol, ese mismo día, fue aclamado por cien mil personas a su llegada al Camp Nou.
 
El pujolismo no sólo impulsó y construyó la Cataluña hipersensible, victimista ad nauseam y reivindicativa que conocemos. También fue una orgía de corrupción económica, nepotismo, amiguismo y desigualdad ante la ley. Sus desmanes coincidieron durante muchos años con los del felipismo en el conjunto de España, y esa coincidencia propició no pocas veces el socorro mutuo. Y también es verdad que el Partido Popular miró con demasiada frecuencia hacia otro lado cuando saltaba algún asunto de corrupción nacionalista, en tanto que mordía feroz y justamente a los socialistas podridos. En el caso de Casinos de Cataluña, los populares impidieron la investigación parlamentaria. Claro que tampoco ayudaba mucho que el gran acusador político de este trama de financiación ilegal fuera el socialista Sala, a quien ya no hace falta adjetivar porque lo suyo es sustantivo.
 
Los avales irregulares del Institut Català de Finances o la escandalosa relación de Javier de la Rosa con los Pujol (el entonces president lo calificó de empresario ejemplar) se quedan en nada si recordamos el modo en que el juez Estevill campó por sus respetos, extorsionó, sobornó y prevarico a mansalva. Toda Barcelona sabía lo que estaba haciendo, y a nadie se le escapaban las razones de su impunidad. Por si no hubiera sido lo bastante evidente, CiU lo premió promocionándolo a una vocalía del Consejo General del Poder Judicial. Lluis Pascual Estevill, que un día fue pastor, ha recobrado la paz interior confesándolo todo en el juicio que se está celebrando en Barcelona y ha señalado al jurista Piqué Vidal, abogado y amigo de Jordi Pujol, como cerebro de aquellas operaciones mafiosas amparadas por el poder autonómico.
 
En el terreno político, la llegada de los independentistas a laGeneralitatnos hace a veces añorar a Pujol. Es un error.

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