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Jorge Vilches

La diplomacia ingenua

La diplomacia ingenua de Zapatero, muy al uso del europeísmo antiamericano, progresista y antiglobalización, no quiere comprender que el fundamentalismo islamista no ha surgido tras la guerra de Irak

Los atentados del 11-S señalaron las diferencias de Occidente. Unos creyeron que el camino para la paz era la consecución de democracias en los "Estados gamberros"; esto es, en aquellos países que cobijaban o alimentaban el terrorismo. Para este objetivo no había otro camino que la presión militar. Otros, en cambio, predicaron que la vía para la libertad era la paz y la legalidad internacional, el diálogo con las dictaduras, y paliar el hambre y la pobreza, pues estas eran el caldo de cultivo del terrorismo.
 
La segunda postura va rodeada de un halo de superioridad moral e intelectual, propia del europeísmo antiamericano posterior a la Segunda Guerra Mundial. Durante el siglo XX, el leninismo alimentó un terrorismo en Occidente ajeno al hambre, la desesperación y la humillación. Entonces, las causas que esgrimía la intelectualidad europea antiamericana eran que se trataba de luchas de liberación nacional o social. La causa era la "opresión del capitalismo". Hoy es la opresión de la globalización, del "neoliberalismo". El británico John Gray, en su último ensayo, llega a señalar que los neoliberales de EE.UU. son los padres del mercado libre global, de la modernidad posterior a 1989, y que Al Qaeda no es más que un producto de esa misma modernidad. En consecuencia, dice Gray, la política exterior de EE.UU. es la causa del terrorismo internacional.
 
La solución de Gray es muy similar a la expuesta por el presidente Zapatero en la ONU. La paz será el resultado de terminar con la hegemonía norteamericana a través de la multilateralidad, la legalidad internacional y la cooperación. No importa que esto no tenga más contenido que la soberanía indiscutible de los gobiernos tiránicos, el respeto ciego a dictaduras que masacran a su pueblo. Así, Moratinos puede desentenderse del genocidio sudanés de Dafour –así calificado por la ONU– y prometer más ayudas para el gobierno dictatorial e islamista de Sudán.
 
La inquina que ha surgido contra Huntington al erigirle en portavoz de los "neocon" norteramericanos no ha desmontado su análisis de un mundo separado en civilizaciones que chocan, pero, como señala el mismo autor, también cooperan. La reacción a Huntington es vacía, porque la "alianza de civilizaciones" no viene a ser más que la financiación de los Estados gamberros para que no turben la paz de Occidente. Y esto se demuestra cuando Zapatero ha señalado en Nueva York que "es poco útil profundizar en si hay uno o distintos terrorismos".
 
El combate al terrorismo no se puede fundar en la promoción de la igualdad de sexos y la ayuda económica a los Estados gamberros, y menos en el dictamen de una comisión de sabios que ponga las bases de una supuesta alianza entre civilizaciones. Es necesario cortar las vías de financiación del terrorismo, especialmente las procedentes de Arabia Saudí y las del tráfico de drogas. Sería imprescindible evitar la venta indiscriminada de armas de destrucción masiva, una lacra desde la desmembración de la URSS y el posterior caos de los nuevos Estados. Y es preciso eliminar los santuarios terroristas, como ha sido Afganistán y sigue siéndolo Pakistán.
 
Sin estas condiciones, y la amenaza de la fuerza –muy válida para la nueva posición que ha adoptado Libia–, es muy complicado disminuir el terrorismo. Ahora bien, podemos seguir invocando la paz sentándonos a cenar con los representantes de Costa Rica y Haití, o robando fotos a Bush en los pasillos. Y desentendernos de los derechos humanos, pues mientras se habla de "alianza de civilizaciones", y se reune, come, delibera, pondera y escribe sus conclusiones el "grupo de alto nivel" propuesto por Zapatero, la gente es pisoteada por algunos gobiernos de ese mundo "árabe y musulmán".
 
¿Qué nos importaba a los europeos que los kurdos o los chiítas fueran exterminados? Era más importante una legalidad internacional condicionada a los intereses y al veto de cinco países del Consejo de Seguridad de la ONU; era más digna de respeto la soberanía del régimen baasista que los derechos humanos de los iraquíes. A los alemanes les costó varios decenios afirmar que las tropas norteamericanas no eran de ocupación, sino que les habían liberado de Hitler.
 
La diplomacia ingenua de Zapatero, muy al uso del europeísmo antiamericano, progresista y antiglobalización, no quiere comprender que el fundamentalismo islamista no ha surgido tras la guerra de Irak. Esta variación del Islam es, y ha sido siempre, una ideología totalitaria que pretende la eliminación del que piensa, cree o vive de otro modo, y para ello utiliza sus propios medios y las debilidades del enemigo. Parece que la historia del auge, crímenes y caída de los totalitarismos del siglo XX, del fascismo y del comunismo, no ha dejado ningún poso diplomático ni intelectual en algunos demócratas europeos.

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