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Lucrecio

En todo tiempo

Por la gracia del dedo omnipotente de Polanco, él, pluscuamperfectamente analfabeto, ocupa ilustre sillón en la Academia

A Don Juan Luis Cebrián, de los Cebrián de toda la vida del Régimen, de los Cebrián camisa azul y pistola en sobaquera, de los Cebrián cara al sol con más camisas viejas que calzoncillos limpios, según su SER, un mártir islamista; a Don Juan Luis Cebrián, jefe de informativos de la televisión del General Franco –tan íntimo de papá, él–; a Don Juan Luis Cebrián, que suplicó del muy franquista Manuel Fraga la dirección de un periódico aún en proyecto y que habría de llamarse El País, ya saben, la cosa esa de PRISA que potenció a González hacia el GAL y otra lindezas; a Don Juan Luis Cebrián le escandaliza –alma delicada como es él – “la invención del pasado” que Aznar y que Bin Laden –nos revela, inspirado– andan por ahí maquinando en comunión anímica.
 
A Don Juan Luis Cebrián, el de los informativos policiales, eso de inventar pasados le hiere en lo más íntimo. En lo más íntimo. Él no inventa; crea. Para eso es parte del verdadero reino de los dioses. Por la gracia del dedo omnipotente de Polanco, él, pluscuamperfectamente analfabeto, ocupa ilustre sillón en la Academia. Como por la gracia del dedo de su progenitor, preboste máximo de la prensa de la dictadura, lo fue todo en el oficio. Muy deprisa. Las gentes como Don Juan Luis no tienen pasado. Son presente continuo, idénticos a sí mismos: señoritos de camisa azul o bodeguilla, pisaverdes del Pardo o la Moncloa. Da lo mismo. De la cuna a la tumba. Nacieron para lo que son: lo peor. Los infama el espejo, cada día al despertarse. “Eres tú. Seguirás siéndolo”. Debe de ser muy duro.

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