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Pedro Schwartz

George Bush, naturalmente

La actitud de los europeos hacia el liderazgo americano raya en la esquizofrenia

La actitud de los europeos y en especial de los españoles hacia el presidente Bush es miope y derrotista. De este lado del Atlántico se ve a George Bush como un vaquero matón y poco inteligente que, en su intento de gobernar el mundo sin hacer caso de sus aliados ni de la ONU, está encaminándonos a todos hacia la catástrofe. Si pudiéramos votar en las elecciones americanas apoyaríamos a Kerry, una de cuyas promesas electorales es sacar las tropas de su país de Irak. Seguimos con la actitud que dio la victoria a Zapatero frente a Aznar: preferimos sonrisas, contradicciones, apaciguamiento a seriedad, coherencia, firmeza. Gracias a Dios, esta vez no importa, pues parece que las elecciones en EEUU las va a ganar Bush. Pero los españoles preferimos ponernos claramente del lado del perdedor.
 
George Bush en sus aciertos ha mezclado errores. Hay aspectos de su política económica que son preocupantes: está financiando la guerra con deuda pública, atiende a las peticiones de protección contra las importaciones por parte de sectores en decadencia como el acero y los agricultores; promete cuanto le piden los grupos de interés con poder de voto; no ha cumplido su compromiso de reformar las pensiones públicas ni se ha inclinado francamente por el bono escolar. Es triste que la democracia moderna empuje los políticos por el camino de la facilidad. Faltan las barreras constitucionales que evitarían la necesidad de competir electoralmente con medidas y promesas conocidamente dañinas.
 
La posibilidad de endeudarse el Estado para otra cosa que no sean inversiones públicas de larga maduración es una de las corruptelas del poder absoluto que la democracia debería haberse evitado: en tiempo de guerra, los gobiernos emiten dinero en exceso y se endeudan sin límite, en vez de reducir los dispendios heredados de tiempos de paz. Es una pena también que, en el momento de redactar la Constitución de EEUU en 1783, los padres de la patria americana prestaran oídos al industrialista Hamilton en vez de al liberal Madison y concedieran al Congreso “el poder de regular el comercio con las naciones extranjeras”: no hay mejor límite para las intromisiones del Estado en la vida económica como la plena libertad de comercio, interior y exterior. El “welfare” o sistema de bienestar de EEUU fue objeto de una bienvenida reforma del presidente Clinton, cuando condicionó el subsidio de pobreza al desempeño de un trabajo; pero Bush no se ha atrevido aún a convertir parte de los derechos de pensión de los jóvenes en una cuenta personal; y, en cuanto ayuda directa a las familias para la educación de sus hijos, no se ha enfrentado a los cabilderos de la escuela pública y sólo promete financiación a las familias de clase media para pagar la universidad. Acierta sin embargo en lo principal, que es la reducción de impuestos: cuanto mayor es la renta disponible de los ciudadanos, mayor es la libertad personal y más poderosos son los incentivos para ahorrar e invertir.
 
Su política exterior tampoco es perfecta, pero no por las razones que aducen los europeos. Antes del 11 de septiembre, Bush, como Republicano tradicional que era, se inclinaba por una política de aislamiento de EEUU, reforzada por un justificado escepticismo hacia las capacidades de la ONU. Los terroristas de Al Qaeda cambiaron todo eso: EEUU había entrado en guerra. Bush ha basado a partir de entonces su política exterior sobre dos principios: la libertad de defenderse de sus enemigos y la necesidad de reforzar la democracia en el mundo. No veo qué haya de malo en esa estrategia, excepto que se necesita mucha decisión y costosos medios para llevarla a cabo. Si en algo se ha equivocado Bush es en creer que podía repetir fácilmente en Irak el éxito relativo obtenido en Afganistán y el mismo efecto disuasorio sobre Corea del Norte y sobre Irán que sobre Libia. No ha puesto suficiente tropa en el campo de batalla ni ha actuado con suficiente decisión contra quienes en Irak se atreven a tirar de las barbas al Tío Sam. Pero si sale reelegido no cejará. Distinta es la postura de Kerry, una postura que creo está volviendo contra él al electorado americano. Kerry ha dejado de explicar lo que haría para alcanzar la victoria y organizar la paz en Irak. Ahora quiere salir corriendo. Imaginen el ánimo que una derrota americana en Oriente Medio daría a los terroristas. En nada ha cambiado desde que, pese a haber sido condecorado en el campo de batalla, acusó a los soldados americanos ante el Senado de los EEUU de haberse comportado como criminales de guerra en Vietnam.
 
La actitud de los europeos hacia el liderazgo americano raya en la esquizofrenia. Por un lado, pretendemos influir amistosamente en la política exterior de EEUU pero sin contribuir de forma significativa a su esfuerzo militar. Por otro, hablamos de crear unas fuerzas armadas propias con el fin de contrarrestar el poderío americano. Queremos al mismo tiempo ser protegidos y jugar a respondones, aprovecharnos de su defensa, mientras proclamamos nuestro distanciamiento: una actitud la nuestra típica de adolescentes inmaduros.
 
Imágenes valen más que palabras: para muchos españoles, la foto de las Azores, en la que Aznar acompañaba a Bush, Blair y Barroso se ha convertido en el epítome de lo obsceno; en cambio, la foto de la Moncloa, en la que Zapatero junta manos con el perdedor Schroeder y el corrupto Chirac, es el bienaventurado símbolo de nuestra nueva política exterior.
 
© AIPE
 
Pedro Schwartz es profesor de la Universidad San Pablo CEU y académico asociado del Instituto Cato.

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