Comprendo que el 11-M ha sido un acontecimiento demasiado importante en nuestras vidas, que ha sacudido a la sociedad española, y que los partidos políticos, especialmente el que alcanzó el poder tres días más tarde, necesiten prever las consecuencias exactas que esta tragedia acarreará a nuestra ya de por sí endeble vida política. Todo el mundo, pues, desde su especial plataforma querrá suturar la brecha abierta por el 11-M. Pero será en vano, si la respuesta no está vertebrada políticamente. Ha nacido un nuevo desorden de carácter totalitario, que requiere un nuevo y genuino discurso político para poder, primero, soportar conscientemente la carga que nos deja el acontecimiento terrorista y, segundo, acercarse a esa realidad para comprenderla sin prejuicios, apriorismos o huidas “populistas” tan peligrosas como el terrorismo a combatir. Por lo tanto, si los partidos políticos no se toman en serio la política para combatir el terrorismo, todos podemos acabar devorados por una alimaña que tratamos de aplacar con caricias.
El PSOE lejos de encarar el asunto en esas coordenadas políticas, que a veces tanto cuesta dibujar a los gobiernos genuinamente democráticos, huye hacia formas obsoletas de comprender el totalitarismo terrorista, que terminan pactando con el criminal o llevando a una sociedad al suicidio colectivo. Confundiendo causas con efectos permanentemente, y sin otro afán que permanecer en el poder, la actitud vagamente “política” del presidente del Gobierno pretende profundizar la perplejidad que tiene el ciudadano de a pie, cuando alguien le escupe a la cara que la culpa de los asesinatos de Atocha no es del terrorismo sino del Gobierno de Aznar. Aquí el PSOE no se encoge de hombros, ojalá, sino que profundiza el estigma. Hace sangre. No combate a la oposición sino que quiere acabar con ella.